
Hoy tengo mucho miedo, pero hay una rendija en la pared que me hace llegar un rayo débil de luz y es donde me aferro como si me fuera la vida. Que, de hecho, me va.
Estoy muy inestable últimamente porque la no rutina me mata, porque las discusiones en casa me desestabilizan, porque los comentarios me hacen mucho daño. Porque soy una chica que desde siempre le ha dado mucha importancia a las palabras, puesto que me cuesta entender las emociones y el mundo que me rodea. La falta de rutina me hace estar muy inestable y no entender por qué hago todo lo que hago.
No puedo entender ciertos comentarios o ciertos comportamientos frente a algunas situaciones. Me cuesta entender que se quite hierro a algunos comentarios que hago de forma desesperada; me cuesta entender que no haya forma de hacer entrar en razón a gente cercana a mí y que se rían ante mí de temas tan serios.
Temas tan serios como mi estabilidad emocional. O cuestionarme lo qué viví con diecisiete años como si estuvieran allí. O decirme que no debe afectarme tanto la muerte de una persona que consideraba referente.
O, simplemente, validarme qué siento y por qué lo siento.
Escribo estas líneas y me viene a la mente una situación que viví hace seis años en unos campamentos. Donde me vi al límite y me tuvieron que venir a buscar porque, si no, hubiera hecho una gorda y no podría estar escribiendo este artículo.
No entiendo por qué tuve ese impulso, quizás porque mi situación era muy complicada, quizás porque tenía la esperanza de que mi vida mejoraría… Pero no ha mejorado.
Al contrario, la he visto desmontarse a pasos de gigante y en un período de tiempo que me ha parecido muy breve. Hace ya seis años y creo que fue ayer cuando viví aquello. Vivir una experiencia que no entiendo qué mejoró en mi vida, porque me da la sensación de que ha ido de mal en peor. Me da la sensación de que desde esos campamentos todo ha ido a peor.
Y me duele mucho.
Porque gente que en teoría me ama no es capaz de dejarme espacio. Porque, por culpa de ese momento, me he descuidado muchísimo de mí misma; porque tengo la sensación de que doy pasos atrás y precisamente no son para coger impulso.
Y así en muchos ámbitos de mi vida. Me atrevería a decir en todos; pondría la mano en el fuego para decir que no puedo escoger nada en la vida que no tenga que pasar un visto bueno.
¿Y pensar en trabajar? No sé. Podría planteármelo, pero no me veo capaz. Mi falta de autoestima me demuestra que no soy capaz de nada, pero la gente más cercana a mí me dice que soy capaz de hacerlo, y salir del pozo.
Ahora falta creérmelo y empezar a buscar una salida de este pozo que hace demasiados años que se está abriendo paso en mi vida. Cortar de pura cepa con todas las fuentes de conflicto, levantar la cabeza y decirme que yo puedo.
Pero no es tan sencillo como parece, no me es fácil porque me cuesta identificar lo que siento o lo que me pasa. Y cuando esto me ocurre lo canalizo escribiendo, curando heridas con la Aina del pasado, la Aina herida de hace años.
Porque hace unos años me olvidé de mí misma y me centré en hacer feliz a quien tenía a mi alrededor, pero me olvidé de la persona más importante de mi vida: yo misma.
Hay gente que me dice que con esta afirmación soy egocéntrica, pero creo que si yo misma no me considero importante no me va a considerar nadie. Primero yo, después el resto. Suena muy egoísta, suena muy egocéntrico, suena mucho “yo voy primero y el resto que se joda”, y no. No es eso, no quiero dar esa impresión o que quien me lea piense que me da igual, porque es todo lo contrario.
La sensación que emano de indiferencia general es muy repetitiva, porque la mayoría de gente de mi alrededor me dicen que no me importa nada de lo que ocurre, pero no es así. De nuevo una imagen errónea. De nuevo una piedra en la mochila de las decepciones que provoco. Vuelve a estar cargada. Vuelve a pesar, y pesa mucho.
Cada vez que descargo una piedra de esta mochila, de repente, se carga otra, es como si se multiplicara por dos el peso de esa piedra que, por pequeña que sea, hace montaña.
Una frase que tengo muy interiorizada desde pequeña es que toda piedra hace montaña, y la aplico tanto para lo bueno como para lo malo: lo bueno se va construyendo poco a poco (piedra a piedra) y lo malo lo van construyendo también poco a poco, pero duelen más cuando se desmontan. Por una razón muy sencilla: porque nos caen encima, porque las piedras se nos vuelven y aplastan.
Coger estabilidad como lo hacen las metas que construía de pequeña para marcar un objetivo, para poder entender que los comentarios no deben afectarme y entender qué repercusión tienen las palabras en mi vida.
Sé que hay veces que me parecen que no tienen significado, pero hay otras que su significado me resuena por dentro y no me deja descansar hasta que no he conseguido acallar la retahíla de sonidos que me van de un lado a otro de la cabeza. Y hay veces que esto me asusta, y me asusta mucho.
Me da mucho miedo tener que entender lo que me rodea y no poder comprender el mundo. Entender qué hay detrás de cada acción que ocurre a mi alrededor y no saber qué hacer para evitar algunas sensaciones que me invaden por dentro.
Y todo esto me afecta a la salud mental porque me desestabiliza y me hace entrar en crisis que no puedo controlar y que no me permiten captar la magnitud de la situación y, si acaba siendo tragedia, cargar culpas durante años.
Porque la culpa es otro tema del que podría hablar. Ya que arrastro mucho a lo largo de estos años por muchas situaciones que me han pasado que, directa o indirectamente, tienen que ver conmigo. Y esto me ha afectado a las relaciones interpersonales porque me ha hecho crearme una coraza que muestro en los lugares donde no me siento segura para protegerme, ya que me noto frágil.
Acabo citando un verso de una canción que me gusta mucho, y que, precisamente, es la que me salva del pozo tantísimas veces, que me permite entender que la vida no es sencilla: ““I al final d’aquest laberint només hi ha un t’estimo””; la moraleja que extraigo es que sólo me quedará la estima hacia el resto, y hacia mí misma, por muchas situaciones malas que se me pongan delante.
Siempre he escuchado que el amor debería mover al mundo, pero sé que no lo hace. ¿Y si empezamos a planteárnoslo? ¿Y si ponemos la primera piedra para poder construir la montaña que nos permitirá empezarnos a amar y a descargar la mochila?
Aina Lorenzo i Ruiz