Me visto con la palabra locura a conveniencia y me despojo de ella cuando no la necesito.
Pero en este ahora, que es un montón de palabras, me pongo el traje loco para desfilar(lo) como realmente me siento y no cómo nos han intentado decir qué es: la trampa siempre es un engaño y escribo para intentar no caer una vez más.
Si hago un breve repaso sobre las categorías diagnósticas que se impartían en las clases de psicopatología, recuerdo verlas como una lista de ingredientes de la compra, sin saber qué plato principal pretendían cocinar.
De repente y sin el consentimiento del “sujeto sufridor”, por ejemplo, yo, basta una semana estando triste y desganada para ser encorsetada con una depresión, y si a esto le añades algunos días de euforia y productividad ya puedes optar por tener un trastorno de bipolaridad. Si seguimos hilando y saltando de un trastorno a otro, de la bipolaridad con escucha de voces, a una esquizofrenia paranoide con prevalencia en escucha de voces sólo hay un pasito más. Así, escrito sobre papel, me resultan “cosas” muy difusas, y que tal vez el diagnóstico diferencial entre una categoría y otra respectivamente sería tener un lenguaje desorganizado, embotamiento emocional si hablamos de la “esquizofrenia”. Siguiendo esta lógica brevemente ejemplificada, podríamos ir recorriendo todos y cada uno de los diagnósticos del DSM-V [1] (el manual de diagnóstico estadístico, 5ª Edición), saltando de un trastorno al otro, sumamente similares y diferenciados por pocos síntomas descritos en sus respectivas listas.
¿Pero qué relevancia tiene esta clasificación categórica para los sentires subjetivos de las personas que hemos sufrido, que a veces sufrimos o que estamos sufriendo? ¿Dónde está la categoría con su correspondiente lista que enumera y describe las sucesos traumáticos inherentes de la vida que nos golpean? ¿Qué trastorno descrito en el DSM-V nos permite entender a las personas como seres vulnerables y no cómo una incubadora de patologías supuestamente intrínsecas en nuestros genes?
El no saber encajar ciertos golpes en la vida no nos convierte en enfermos mentales. Al contrario, más bien desarrollamos mecanismos para defendernos y resistir a aquello que duele tanto y que no existe categoría que describa a qué sabe el dolor. Los abusos, el abandono, la muerte de seres amados, la exigencia laboral y de estatus de nuestro entorno no tienen ninguna lista para facilitar la comprensión de nuestro sufrimiento psicosocial.
Es curioso, no deja de ser significativo, por ejemplo, que la primera edición del DSM-I, de 1952, contenía 106 trastornos mentales, y que la actual DSM-V, de 2013, recoja 216 [2]. Con cada nueva edición los posibles trastornos mentales siempre aumentan, pero nunca se reducen.
En esta misma línea, el sistema de categorías sigue encorsetándonos en distintos trastornos, inventándose nuevas formas de etiquetarnos y, sin embargo, no existe ningún libro o manual en la psiquiatría occidental y hegemónica que intente vernos como personas a quienes, a veces, nos duelen los golpes, y que ninguna etiqueta diagnóstica y ningún fármaco nos enseñarán a lidiar con nuestros sufrimientos y nuestras experiencias.
Filo Basté
Referencias:
[1] American Psychiatric Association. (2013). Diagnostic and statistical manual of mental disorders (5th ed.). Washington, DC.
[2] Sandín, B. (2014) DSM-5: ¿Cambio de paradigma en la clasificación de los trastornos mentales? Revista de Psicopatología y Psicología Clínica, 18(3), 255-286. https://doi.org/10.5944/rppc.vol.18.num.3.2013.12925.