Ya hace más de un año que empezó la pandemia y psicológicamente, a veces, me da la sensación de que seguimos en los primeros meses de esta.
La sensación de incertidumbre, de los muchos interrogantes respecto a lo que pasa y lo que pasará, la preocupación traducida en ansiedad e insomnio ya hace tiempo que se ha instalado en mi vida. Sin embargo, durante este año mi vida ha cambiado por completo y no creo que sea una persona con una situación excepcional.
De la desolación del principio, la extrañeza, la sensación de vivir en una película de ciencia ficción queda poco. Quizás porque, como toda la población, nos hemos acostumbrado a llevar mascarilla, a las restricciones habituales de movilidad, el distanciamiento social que ha comportado la disminución de interacción social, las restricciones en los espacios de ocio casi inexistentes, incluso restricciones en la hora de consultar cualquier problema de salud que no tenga que ver con la COVID-19.
Me gustaría hablar de los cuidados, personales y colectivos, de la necesidad de crear red entre las personas, de ayudar y ser ayudado, de recibir apoyo y saber que no estás sola ante una situación de precariedad emocional, social, económica, etc.
Durante la pandemia toqué fondo, mi malestar emocional me llevó a sufrir mucho. Me sostuvo mucho mi grupo de ayuda mutua (GAM). Una vez a la semana y durante dos horas, mis compañeras y yo hemos compartido tristezas e ilusiones, pasos atrás y pasos adelante, nos hemos apoyado y dado soporte, nos hemos ayudado de diferentes maneras como hemos podido y sabido en cada momento y situación. Esto me ha hecho mucho bien tanto para disminuir este malestar como para ganar en autoestima, por el hecho que mi experiencia es válida y en algunos casos puede ayudar a alguna compañera.
También me ha ayudado el contacto diario con compañeros y compañeras llevando a cabo tareas voluntarias en la asociación, los conversatorios, los cinefórums, las formaciones, las sensibilizaciones, etc. En definitiva, las actividades que no hemos tenido que cancelar por las circunstancias de la pandemia y las actividades que casi hemos tenido que crear a causa de la pandemia para poder seguir en contacto, hacer cosas enriquecedoras en la línea de ActivaMent y seguir creciendo como personas y como asociación.
Personalmente al principio me descuidé un poco, la desidia del día a día, días que me parecían todos iguales, los problemas con el sueño, etc. me desgastaron mucho. Fue al empezar este año 2021 que me propuse meditar cada día, hacer una hora de ejercicio diario de lunes a viernes, comer más sano y finalmente, hace más de un mes, he dejado de fumar. Esto me aporta bienestar físico y emocional, estar más conectada con mis emociones y quizás aprender a vivir con algo más de paz interior. Digo quizás porque de vez en cuando me siento zarandeada por alguna eventualidad que me hace sufrir por mí misma o por otras personas. Creo que es como la recuperación que no es lineal y no está exenta de recaídas. Pues para mí este camino hacia la paz más espiritual también no está exenta de zarandeos internos y externos que parece que te hagan retroceder para más tarde darte cuenta de que es parte del proceso de crecimiento personal. Y este proceso, al menos desde mi punto de vista, no acaba nunca porque en el camino de desarrollarnos hay muchos cambios en nuestra persona, y nuestro entorno está en constante movimiento.
Si una cosa ha quedado patente sobre esta pandemia es que nuestro entorno social, cultural, sanitario nos afecta a todos emocionalmente. En una sociedad individualista como la nuestra debemos dejar de ver los problemas de salud mental como problemas individuales y empezar a ver qué condicionantes sociales afectan el bienestar emocional de las personas antes de patologizar situaciones de vida y medicalizar a golpe de psicofármaco. No se puede o no se debe medicalizar contra las desigualdades sociales, la pobreza, la imposibilidad de haber resuelto un luto, la pérdida de trabajo, los desahucios, etc. para poner algunos ejemplos. Hacen falta políticas sociales y económicas más justas y mecanismos de protección social como la Renta Básica Universal (RBU) que podrían reducir la incertidumbre vital y desgaste psíquico causado por el estrés que sufren muchos colectivos en situación de vulnerabilidad y que están precarizados, como por ejemplo el colectivo de personas psiquiatrizadas.
Creo que de la situación que vivimos, hay muchos factores que tardarán en eliminarse como el malestar de tantas personas y familias, las restricciones y la gran crisis sanitaria y económica que apenas empieza. Es hora de poner los cuidados personales y colectivos en primera línea, así como las medidas de protección social que aseguren que ninguna persona ni colectivo se quede atrás.
Mònica Civill Quintana