
Il·lustració © Rosa Rubio
Pronto hará dos meses y no sabemos cuánto durará. Nos acompaña un tiempo que nos obliga a pararnos, a pensar, a sentir, a cuidarnos y a cuidar a los demás.
Es tiempo de aislamiento, de confinamiento, que me transporta a un tiempo en que estuve quince días entre ocho paredes: las cuatro de la habitación y las cuatro de la sala de estar-comedor que componían la planta de agudos. Ya hace mucho de eso.
Recuerdo que el pasillo se convirtió en el lugar para dar una vuelta. Yo lo llamaba tontómetro: en él hacíamos paseos para distraernos y parecían vueltas sin sentido.
A veces, entre las 10 y las 11 horas, pintábamos mándalas porque decían que eso relajaba. A mí, que me gusta la pintura, me ponían nerviosa, y prefería escribir el diario que me había improvisado.
Aquel fue un confinamiento voluntario, eso me dijeron, para mejorar unos síntomas de un problema individual que te acercaba a otras personas que se encontraban como yo. Un confinamiento que largamente silencié, hasta que superé mi autoestigma.
Dentro de las limitaciones, podíamos hacer una singular vida social explicándonos nuestra casuística. Yo le denominaba vida social de la endogamia: porque solo nos relacionábamos entre nosotros, los confinados. Descubrí por primera vez la reciprocidad de la escucha entre iguales. Descubrí que mi problema también era el de los otros y que la medicación era forzosa: que tenías que obedecer si querías acortar los días de tu estancia. ¡Aquello no eran unas vacaciones!
El confinamiento de ahora es diferente. Aquí, el problema es social, todas las personas estamos confinadas en el espacio amable del hogar. ¡Qué suerte que tengo hogar!
¿Y qué hago para aceptar?
1.- Actitud abierta: esto pasará. Es un paréntesis en mi vida que puede durar dos meses o ¿quién sabe? Los chinos lo están logrando, son un ejemplo.
2.- Me cuido con rutinas que fomentan mi autocuidado: higiene, comida, leer, pintar, informarme y tener cuidado de los míos.
3.- Hago algunos ejercicios de yoga en casa que me ayudan a mantenerme flexible y a respirar profundamente y a pensar que todo esto pasará. La música me ayuda.
4.- El pasado, pasado está y mi corazón está en paz conmigo misma y mi entorno. Vivo este presente que sé que es efímero.
5.- Es tiempo de solidaridad y de reconocimiento de nuestra vulnerabilidad. Ahora no es tiempo de avergonzarnos de este descubrimiento. Aceptarnos en esta vulnerabilidad es posiblemente la mejor lección que nos aporta esta experiencia. Vendrán tiempos difíciles, pero les haremos frente con el apoyo mutuo, que esta situación está dejando en evidencia: es necesario.
La primavera estalla afuera y no la podemos disfrutar, pero cuando todo esto pase, reencontraremos el gusto de los abrazos, de las palabras cálidas y cercanas. Recuerda que tenemos un té o café pendiente que saborearemos con el deleite de quien disfruta de la vida con mirada nueva.
Rosa Rubio