
Hablar del suicidio todavía es algo complicado. Hablar con los seres queridos, en la universidad, en el trabajo, etc. sigue siendo en muchos casos tabú, cuando creo que la mayoría de personas que hemos pasado por la experiencia de luchar contra estos pensamientos es lo que necesitamos más. También creo que hay que hablar de ello desde el altavoz de la sociedad, los medios de comunicación, pero de manera correcta y rigurosa, y no perniciosa ni sensacionalista ni especulativa.
Decir que tienes depresión está más o menos mal visto, según el contexto y el conocimiento del tema, pero hablar del suicidio o de ideas autolíticas aún hoy es un tema tabú, tanto si tienes tú estas ideas como si has perdido a alguien porque ha muerto por suicidio.
Yo he tenido muchas veces ideas de suicidio, de hacerme daño, de acabar con todo, con mi vida. Hace muchos años creía que era la única manera de dejar de sufrir, hasta que (con ayuda) entendí que precisamente esa era la idea: que yo no quería morir sino dejar de sufrir. Vivir me dolía, vivir me mataba en vida.
Es complicado gestionar estos pensamientos que te atrapan y no puedes dejar de pensar en otra cosa. Cuando llegas a este punto, el dolor y el sufrimiento son tan insoportables, y la desesperación es tan grande, que no ves otra salida.
No hablaré de métodos y, por supuesto, no defiendo el suicidio ni hago apología. Creo que se debe hablar de otra manera, desde la experiencia y necesidad de cada persona.
No hace tanto crucé las líneas rojas, que dice un compañero, cuando ya no te puedes hacer cargo de este peso sola y necesitas pedir ayuda. Y la respuesta fue inmediata, más allá del aspecto médico, por parte de mi pareja, algunas amistades, compañeros de ActivaMent, del grupo de ayuda mutua (GAM) al que asisto de esta misma entidad.
Tuve una red de apoyo que me hizo sentir menos sola, entendida y con algunas herramientas con las que empezar. En algunos casos, las personas no habían pasado por lo mismo, pero estuvieron allí para escucharme; en otros casos, me dijeron lo que les funcionaba o no; en otros casos simplemente (que para mí es mucho) me acompañaron sin hacerme sentir un ‘bicho raro’.
Por supuesto, en este momento crítico me subieron la medicación de manera temporal y fui a la psicóloga más a menudo con el fin de indagar y saber de dónde venían estas ideas y establecer unos criterios propios, creados por mí misma, para sobrevivir a esta crisis, para prevenir más recaídas, para pedir ayuda antes, etc.
Desde el GAM queremos crear un grupo de acompañamiento para las personas que en un momento determinado no se encuentran bien para ir al GAM, pasan por una crisis o momento complicado a nivel de salud mental o física. Hicimos una formación y a partir de ahí tenemos que establecer unos pactos con los que todas estemos de acuerdo. En mi caso, ha sido sobre la marcha porque todavía no habíamos hecho la formación, pero la generosidad y bondad de los compañeros no lo podré agradecer nunca.
El tema del suicidio se debe hablar más, hablar salva vidas, como dicen desde la asociación DSAS después del suicidio.
Lo que quiero decir -no es fácil y no quiero parecer que trivializo este gran qué-, es que mucha gente hemos vivido esta situación solos y hemos sufrido el doble, y otras personas ya no están aquí tal vez, como dicen, por un problema pasajero, pero con un resultado que no tiene vuelta atrás.
Hablar, hablar, hablar… desde el respeto y el acompañamiento. Quizás necesitamos una mano amiga en estos momentos pero creemos que nadie nos entenderá. En un momento de mi vida, el teléfono de la esperanza también fue una ayuda anónima inestimable cuando no era capaz casi de nombrar la palabra “suicidio”.
A veces nos ahogamos y a veces no sabemos muy bien por qué. Otras veces sí, pero todo nos viene grande, no sabemos ni por dónde empezar. Y la bola cada vez es más grande y no sabemos salir adelante solas y nos parece que no hay ninguna salida. Y comienzan a aparecer estos pensamientos autolíticos que cada vez toman más fuerza y protagonismo en nuestra mente. A veces no sé cómo he sobrevivido, como mi impulsividad no me ha jugado una mala pasada… Me gustaría pensar que siempre he postergado esta decisión y he dado una oportunidad a los demás, a mí misma, a la vida… y he encontrado alguna estrategia para salir de ella. Esto no me hace ni mejor ni peor, ni más valiente ni más cobarde.
Este artículo lo dedico a todas aquellas personas que luchan contra este problema y las personas que, habiendo luchado, perdieron la batalla.
Mònica Civill