Il·lustració © Jordi Serra

Ilustración © Jordi Serra

Durante mi infancia se me diagnosticó un Síndrome de Turner. En la escuela siempre he sido víctima de mofas y discriminaciones debido a las características que ésta me condicionaba (baja talla, apariencia infantil…). Cada día que iba a la escuela los compañeros y las compañeras no querían jugar conmigo “porque era bajita”, cosa que hizo que mi soledad fuera mi única compañía desde muy pequeña. Yo le explicaba a los maestros, pero estos nunca me escucharon: decían que no me adaptaba al grupo, que tenía un carácter dominante (cuando nunca he querido imponer nada a nadie y con los adultos que interactuaba decían que era una niña “dócil”). Esto con los años se fue agravando, sobre todo en la adolescencia donde se tiene mucho en cuenta la apariencia. Yo lo he intentado llevar dentro de todo con inteligencia emocional, pero la cosa cada día iba a más: cada día escuchando comentarios vejatorios, excluyéƒndome del grupo-clase, robándome, echándome a perder el material que llevaba por clase, y otras anécdotas que explicaré más adelante.

Por si no fuera poco, le explicaba a mi tutora la situación y ella lo justificaba con las típicas frases como: “son cosas de niños”, “no hay para tanto”, “estás exagerando”, “mi trabajo es ser maestra, no policía”. Con lo cual no se daba credibilidad a lo que estaba sufriendo. Tengo que comentar también que estuve hasta los dieciséis años en una escuela concertada. Creo que es muy perverso que esto pase yendo a una escuela donde se predican “valores humanos” y traten así a los niños.

Pues la cosa no acaba aquí. Esto también me llevó a sufrir un trastorno alimentario. De muy pequeña en casa siempre se me daba más de comer de la cuenta, y siempre he tenido una constitución “corpulenta”. Además, me quedaba en el comedor escolar, con lo cual la humillación sumaba… Recuerdo que una vez vomité porque no me sentó bien la comida y la “hermana” me dijo: “la próxima vez te comerás el vómito“.

Por si no fuera poco, en casa siempre soltaban comentarios como: “eres una comilona”, “como no pares de comer harás un culo como una plaza de toros”, “te gusta llamar la atención…”.

Pues todo esto fue desencadenando que mi malestar y trastorno cada día fueran más extensos y que los síntomas cada día empeoraran.

Ahora tengo treinta y dos años y puedo decir que después de muchos años de terapia, tres ingresos largos en la unidad de agudos y de mucho esfuerzo, he podido estabilizar la patología, a pesar de que la discriminación sigue por allá donde voy.

Bien, he hecho una pequeña introducción de mi vivencia en trastornos alimentarios.

¡Saludos!

Montse García

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