Ilustración © Cristina Méndez

He tenido muchas pesadillas a lo largo de mi vida. Dos de ellas fueron estando despierta. Fueron dos pesadillas que duraron meses. Primero empezaron siendo ideas, luego se fueron convirtiendo en sospechas y de pronto ya vivía una realidad paralela que no sabía compartir.

Esta fue una de esas pesadillas:

Empecé a creer que las almas de los seres humanos, una vez abandonan su cuerpo se descubren poderosas y despojadas de todo complejo, que se dedican a deshacer el mal que causaron en vida e intentan ayudar a aquellas personas a las que lastimaron, pero todas ellas desean lo mismo, que las personas alcancen su estado de paz y se diviertan sin dañar a otras. De algún modo ellas nos acompañan y prefieren que no estemos todo el rato sufriendo.

Consiguieron entrar en mi mente y creí que mis pensamientos eran suyos, pero también algunas personas vivas intentaban que pensara con ellas, personas que sufrían por el abuso manifestado de diversas formas.

Vivas y muertas querían que yo aprendiera a usar este nuevo canal mental, que pensáramos todas juntas. Estaba teniendo una revelación que de entrada me parecía fascinante, tenía un nuevo poder y, aunque me incomodaba tanta gente en mi cabeza, debía aprender a vivir con él. Ese era mi primer reto.

Me llevaron a sentir lo mucho que se sufre en todas partes. Tuve pensamientos sobre niños, niñas y mujeres bajo la esclavitud de un deseo sexual oscuro, violento y humillante que cada vez está más aceptado en las sociedades y el mercado, tanto es así que es un éxito mundial de ventas.

Sentí ese horror, pensé infiernos de lugares donde se sufre sin descanso, creí ser una de esas víctimas, creí haber estado drogada para venderme por turnos. Pasaron días y no podía dormir, ni comer, estaba aterrorizada, vi un futuro con ciudades enteras dedicadas a la tortura sexual. Además, empecé a sentirme culpable por haber practicado sexo frívolo. Me sentí avergonzada frente a mis ocupas mentales y mis pensamientos me despreciaban, me vi como un mal ejemplo de mujer que se había menospreciado por serlo y no merecía ese privilegio.

En ese momento aparecieron ideas sobre castigos muy elaborados que me harían escarmentar. Creí merecerlos, tanto que deseé la muerte. La élite de mentes vivas y muertas me estaban dando una lección que luego entendí que no era más que yo misma siendo muy, muy dura por no haber valorado mi cuerpo.

La recuperación al principio pasó por psiquiatría, tomé pastillas para bajar la intensidad de la pesadilla. Después hablé con psicólogas para tratar de encontrar vivencias en el pasado que me hubiesen llevado a todo eso, y creo que las encontramos: discriminación de género en el entorno familiar y social, dos abusos sexuales siendo adolescente y, como he dicho antes, un uso de mi cuerpo frívolo para el antojo, a veces, de otros.

Luego entré en contacto con personas que habían tenido también problemas de salud mental. Gracias a ello empecé a poder empoderarme y sentirme orgullosa de mí. ‘Esta soy yo’ me dije, los momentos buenos y malos, de ambos he aprendido mucho.

Esta pesadilla me ha servido para ver el sexo desde un punto de vista más cuidadoso. Y también para pensar antes de actuar, todo lo que hacemos puede servir de espejo para otras personas. Vale la pena pararse a pensar qué tipo de mujer estamos proyectando.

Cristina Méndez

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