
Ilustración © Jordi Serra
No. Este no es un artículo sobre el confinamiento. Hay quién lo ha vivido sin dificultades especiales y quienes lo han tenido realmente complicado para que le echaran una mano. Esperemos que este año y los siguientes continuemos nuestra progresión personal y no recordemos esta pesadilla. Como decía aquella película, ‘Nadie es perfecto”, ¿no?
Lo que intentaré es hablar de mi experiencia propia y de las vivencias de las personas con las que me he cruzado los últimos años. En un tiempo donde a menudo hay tantos manuales de autoayuda como hay gente que se encuentra sola, quien sufre una problemática de salud mental se enfrenta a retos comunes en toda la población y al mismo tiempo tiene que intentar hacer hincapié en aquello que le hace un ser querido.
Disfrutamos de ejemplos muy bonitos de amistades, solidaridad entre nosotros, quien sin buscar ningún beneficio se esfuerzan para iluminar el día a día de quién está sufriendo. Es enriquecedor animarse en los momentos divertidos y somos unos cracks al movernos rápido cuando nuestro ser querido cae en un pequeño pozo. No creo que sea cierta la imagen de que somos inestables, frágiles, incoherentes. Nos dedicamos a una causa y contribuimos a que cada vez la sociedad tenga más en cuenta nuestra voz.
Lo cierto es que hemos oído comentarios negativos, con prejuicios, de familiares, compañeros de trabajo, incluso de ciertos amigos que no están sobrados de empatía. Individuos que quizás se creen más listos cuando lo que necesitan es darse cuenta de que no son más que los otros. Si fallan los profesionales de la salud mental muy calificados, hay que ser modesto para acercarse a un trastorno mental.
A veces, no obstante, somos víctimas de un “fuego amigo”. Se mantienen, dentro del colectivo, opiniones extremas en ciertos temas y lo deseable sería opinar sin faltar al respeto. Una simple frase en un grupo de WhatsApp puede provocar un fuerte malestar cuando una persona se siente rechazada, al margen. Y no siempre quién la dice tenía voluntad de ofender. Cada cual tiene unos límites, unas fases de bienestar o unos periodos turbios donde una corriente de aire nos llega a enojar. Vuelvo a decir que esto no es propio tan sólo de nosotras, las personas diagnosticadas de un trastorno mental. ¿Quién se cree que nunca será víctima de la ansiedad, la tristeza o recibirá un trato injusto por parte de su entorno? Siempre el ideal será intentar comprender cómo se ve la persona que protagoniza un comportamiento molesto para los otros. ¿Somos tan inteligentes como para dejarnos guiar únicamente por las primeras impresiones respecto a alguien que no conocemos bastante?
Somos expertos en colaborar y hemos sufrido situaciones de aislamiento. Si tenemos presente a una persona que nos cae bien, no la dejamos atrás, comprendemos que ha estado semanas y semanas fuera de juego no por su gusto. Seamos las mejores personas o las más tolerantes para contribuir a que quién queremos vuelva a ser quién era. Siempre nos sentiremos gratificados si aportamos un instante de paz a quien no veía clara ni próxima su recuperación.
Sí. Este es un texto dedicado a quienes quieren de verdad. A quienes dan auténtico apoyo a amigos y familiares. A quienes si se equivocan, saben orientarse para volver a su punto correcto. A los maestros del acompañamiento, a pesar de que alguna vez un amigo o amiga en un mal momento no sienta su calor y se mantenga por un tiempo en la oscuridad, sin saber cómo huir de ésta. Cada uno en el mundo crece con unas habilidades y carencias. Algunos tienen éxito y superan muchas pruebas. Otros también mejoran como personas y sólo algún punto débil les supone molestias. Yo puedo decir que a menudo me ha costado acercarme a la gente, que vieran realmente cómo soy. También he sido una pieza importante para alguien y me lo han agradecido o he fracasado, por el motivo que sea. Me he quejado de personas que quiero por aumentar la distancia afectiva entre nosotros. También he protagonizado resbalones por no asimilar bien qué me pedía quién estaba a mi lado. Ojalá estas carencias no me separen de personas que he escogido conservar cerca. Que ellos y ellas me den lecciones de perdón y confianza. Que no se olviden de mis buenas acciones y que esta retroalimentación positiva en general nos posicione como miembros de una sociedad que no pierde los valores más esenciales y puros.
David García Gallego