Empezó cuando yo tenía unos diecinueve años, estaba en el aula de psicopatología clínica aprendiendo los criterios diagnósticos del TOC y concluí que aquel sufrimiento tan bestia que yo tenía, se llamaba TOC. Y el detonante, había sido una imagen vista por la red, cuando empezábamos a tener internet en las casas.
La imagen que vi por internet, una mujer sufriendo violencia sexual extrema y convertida en uno objeto/producto de consumo provocando reacciones de sorpresa y risas grotescas, a mí me causó un terror inmediato. Allí empezó todo. Un infierno de terror que yo empezaría a vivir dentro de mí, causado por un pensamiento recurrente y cruel, en forma de imagen y preguntas incesantes sin ninguna respuesta satisfactoria.
Ya de mut niña, vi una película donde se reproducía la violación a una jovencita con discapacidad intelectual. Aquellas imágenes me causaron una activación emocional de pánico y dolor.
Todos aquellos fotogramas de imágenes de violencia, que sufrían mujeres oprimidas por alguna de sus condiciones, y destinadas a ocupar parte del ocio de las personas, fueron claves en mi sufrimiento.
A los veintinueve años, decidida a ser madre pronto, cerré la etapa de la “juventud sin hijos”, yendo con pareja y amigos de viaje a Asia. Al cabo de unos meses de la vuelta de aquella experiencia tan llena, me quedé embarazada.
Todo fantástico hasta los tres meses de embarazo que las cosas se giraron y cogieron otra vez aquel rumbo que ya había pasado, y que tanto me aterraba.
Entonces yo estaba en casa tan tranquila leyendo un libro para hacer un trabajo final, y mis ojos se quedaron clavados en una palabra del texto. Transformé la palabra en una historia llena de sentido, de sentido interrogativo; historia que anunciaba un siguiente golpe del TOC. Volví a estar enfangada hasta arriba, en medio de aquel suplicio, tanto como nunca lo había estado.
Viví un embarazo doble. El deseado y el intrusivo. Dentro de mí se desarrollaba y crecía lo que se convertiría en una niña maravillosa, entonces un feto que yo cuidaba tanto como podía. Le daba calor con las manos y palabras tiernas y amorosas. Pero dentro de mí también habitaba, me maltrataba y me destruía, el TOC.
Dentro, un ser deseado, y también dentro, unos pensamientos que no paraban (también los soñaba) de torturarme. Mi pensamiento era el propio verdugo. “No le hagas caso”, “no le escuches”, me decían. Pero tenía un mensaje tan potente que repetía las veinticuatro horas del día, que me resultaba imposible pasarlo por alto, no era capaz de ponerlo a su lugar. El pensamiento me decía y me preguntaba siempre lo mismo, de infinitas maneras, pero siempre sobre lo mismo. Y yo, esclava de él, solo podía obedecer, intentando contestar compulsivamente sus preguntas malintencionadas y perversas.
¿Cómo podía armonizar mi embarazo? Sentía que tenía que dar paz a la pequeña, pero mi cabeza no paraba de pensar, había una guerra dentro de mí.
Y transcurrieron los nueve meses y parí la hija deseada. Bonita, cabelluda y llena, la empezamos a cuidar, fuera de mi cuerpo envenenado. Pero el otro, el pensamiento que no pariría, continuaba creciendo ambicioso y destructivo.
Y la pesadilla del TOC continuó durante once meses más. Seguí negándome a tomar medicación para poder dar el pecho a mi hija. Un último instante de pecho, por la noche y en el balcón, de despedida de aquellos momentos tan especiales, con lágrimas silenciosas de tristeza y de impotencia para tener que claudicar una vez más.
Poniendo fin al pecho, inicié el proceso de la medicación. Diferentes tipos, diferentes combinaciones, un año y medio más para encontrar la que me funcionaba bien. Continuaba el sufrimiento.
Finalmente, mi organismo respondió adecuadamente a las drogas y, a pesar de sus efectos secundarios, poco a poco los pensamientos obsesivos fueron desapareciendo y mi gestión compulsiva de los mismos, también.
La música, el amor, el respeto, la aceptación y el afecto de las personas de mi entorno más íntimo y próximo fueron aspectos clave en mi recuperación.
De todo esto, ya hace aproximadamente ocho años y me encuentro la mar de bien.
Soy mujer y madre, trabajo como psicóloga y he vivido con estados de sufrimiento psicológico y, hasta el día de hoy, he salido de todos. Y con las barreras que nos impone un modelo patriarcal para ser mujeres y tener problemas de sufrimiento psicológico.
Libres y combativas.
Laia Oliva