Los días se van esclareciendo, aunque me dé un poco de miedo decirlo —soy un poco susceptible a pensar que cuando digo que algo va bien, de repente empiece a ir a mal—. Tengo miedo. Me da miedo el malestar y toda la fe que pierdo en mí misma y en la vida cuando el dolor y la pena me rompen tanto el corazón. La gente me da amor, y aun con temor de contagiarles mi tristeza, me dan compañía. No me han dejado de salir sonrisas en ningún momento, solo que lo han hecho con la sensación detrás de cada una de ellas de que no terminaban de ser de verdad. Sigue habiendo una nube cargadita que me moja entera de llantos dolorosos, de días en los que soy incapaz de pensar en algo positivo, de días donde me gustaría darle al botón de off de mi cerebro y descansar.
Es extraño, estudio a las personas, su hacer y pensar, lo cual implica una contradicción inherente, algo que en los demás algunas veces incluso me llega a maravillar, pero en mí no es más que otro elemento por el que me acabaré de torturar. Hasta ahora no he hablado de depresión o de ansiedad, sino de emociones, que son algo universal. Pero haciendo hincapié en estos términos lo que diré es que la ansiedad es esa cabrona que se aferra a tus temores más sólidos, esos que cada uno tenemos, y los impregna, los intensifica y entonces aquello que te molesta, pero con lo que sueles convivir con menos dificultad, te provoca tanto miedo y tanta inseguridad que te puede paralizar, te puede agotar. Y se adueña de ti con tanta fuerza que durante el tiempo que dure una crisis tu identidad se verá vapuleada, transformada. Para mí eso es un episodio depresivo o de ansiedad, una pérdida de lo que sueles ser y, sin embargo, muchas veces eres; porque a la vez, ellas también son uno de los elementos (y solo uno de los muchísimos más) que conforman quien eres.
Por eso diré más, diré que, aunque en medio de una crisis cueste verlo, esos elementos de miedo, de dolor, pueden llegar a ser una herramienta para conocerse más. Por eso, doy las gracias a cada una de las personas que me sujetan el hilo que en algún momento me reconducirá a casa, aunque haya cosas en mí que ya no vayan a estar igual y eso precisamente no tiene por qué estar mal, porque de romperme y recomponerme, aprendo algo más: quién soy.
Sharon Leones