
Hoy hablaba con un amigo, una persona con un tremendo carisma y con una tranquilidad que admiro desde el primer día que hablamos, una tranquilidad que se refleja en su voz y que algunas veces me calma.
Hoy me hablaba y me decía que yo no soy una persona con muchos grises -sin ningún ánimo de ofenderme- y la verdad es que no, no lo soy. Eso me hizo pensar en que a veces me esfuerzo en vivir la vida de esa manera, en grises, en no ir de extremo a extremo.
Como parte de mi terapia, para conocerme a mi misma, estuve un mes, más o menos, anotando en una libretita mis estados de ánimo de cada día. Así me di cuenta de que en un día puedo experimentar tristeza, alegría, ira, tranquilidad, entre otras emociones y sensaciones, con una intensidad de siete para arriba. Eso es mi vida, de extremo a extremo, de amarillo chillón a rojo intenso. No veo en gris.
No sé qué explicaciones hay, los médicos ya me han dado algunas, pero la verdad es que cuando he intentado hacerles caso sólo termino enfocándome en las causas y olvido lo más importante, lo tangible y sobre lo que sí puedo actuar: mis emociones.
A veces es exasperante sentir la vida con tantísima intensidad, a veces necesito días o semanas para recuperarme, para integrarla y procesarla, para hacerla mía. A eso algunos lo llaman inestabilidad o locura. “Eres inestable” o “deberías ser una persona menos emocional” me han llegado a decir alguna vez, como si ser racional fuera lo mejor en esta vida.
Yo no lo sé, estoy segura de que hay quienes alcanzan la tranquilidad sin mucha dificultad, personas a las que quizás no les cueste tanto procesar las cosas, hacerlas suyas, entenderlas y entenderse, pero yo no soy de ese tipo de personas. A veces vivo con miedo, con vergüenza y admirando a esos seres calmados porque son diferentes a mí.
Hoy sin embargo recordé un texto que usé para un trabajo, de esos que dicen verdades como puños y te hacen pensar en la patologización de la heterogeneidad, en esa culpabilidad que nos hacen sentir los médicos y personas que no lo son por no encajar en esa normalidad, y que finalmente nosotros mismos terminamos interiorizando. “Quiero ser normal” pensé y pienso todavía alguna vez. Pero ¿Qué es ser normal? ¿Ser normal es ser racional? ¿Ser normal es ver la vida en gris? ¿Ser normal es encajar en cada patrón que la sociedad ha construido como “normal”? Si es así nadie puede ser absolutamente normal.
A veces quiero vivir la vida en gris (como sinónimo de calma), cuando estoy cansada de tanta intensidad, pero la verdad es que vivir la vida en colores chillones e intensos me llena de curiosidad, de ganas de correr y me da la capacidad de entender las emociones, me hace moverme, aunque a veces me paralice de tanta intensidad. ¿Pero no necesitamos acaso todos descansar cuando estamos agotados?
No es fácil y cuando me pregunto a mí misma si cambiaría eso de mi vida, por muy doloroso que pueda ser a veces, la verdad es que no lo haría. Es difícil ver la intensidad como algo positivo cuando tantas cosas de tu alrededor te intentan convencer de que vivir en calma es la mejor manera de vivir. No quiero decir que no sea válido, sólo quiero decir que: ¿no es también válido vivir en intensidades? ¿Por qué debería forzarme a mí misma a sentir de una manera que no es la mía?
Claro que he puesto en práctica algunas técnicas del mindfulness, no con la finalidad de convertirme en un ser de luz calmado las 24 horas del día como tantas veces he querido ser, sino porque respirar a veces me ayuda a ver las emociones, a agarrarlas, mirarlas y decir “no pasa nada, eres parte de la vida, eres parte de mi vida, eres parte de mí”. Y si eso me convierte en loca, en no normal, está bien, diré con orgullo que estoy loca y no soy normal.
No está mal vivir en tranquilidad, pero tampoco está mal vivir con intensidad, lo que está mal es que de manera directa o indirecta -y no como un consejo para mejorar la salud mental- a las personas como yo nos digan que “quizás deberíamos ser menos emocionales”, que quizás “deberíamos ser más racionales”. Eso es estigmatizar, eso es la hegemonía de la normalidad y la racionalidad. Y si algo me ha enseñado la antropología, mi eterna herramienta de aprendizaje, es que no hay ni un solo aspecto de nuestro hacer y pensar que no sea una construcción social, y todo lo que ha sido construido se puede deconstruir.
Sharon Leones López