
El estigma sanitario por razón de salud mental es real y cotidiano, no una percepción distorsionada ni un celo excesivo. Tuve ante mis ojos la prueba de que en la mutua privada me discriminaban por razón de salud mental, tal como yo detectaba y me negaban. Por norma general prefiero la pública, cuando no me discriminan. En cualquier caso, a la práctica el estigma sanitario es un problema grave en todas partes.
Le expliqué al psicólogo del CSMA como se había confirmado el estigma que sufro en la mutua privada. Al explicarle la escena que viví, se le escapó una sonrisa. ¿Sabéis aquella sonrisa de los niños cuando los pillan haciendo una travesura que saben perfectamente que no tienen que hacer? Aquel, precisamente. Continuó hablando y me admitió que no tendría que ser así, pero que en el sistema de la sanidad pública cualquier profesional lo puede saber. Si me lee, y lo recuerda, desde aquí le tengo que agradecer la honestidad de aquel momento.
Es de este modo como mínimo en la zona donde vivo yo, donde los servicios sanitarios están subcontratados. Pero no creo que sea diferente en otros sitios. El sistema informático, según me explicó, está mal concebido, y saben que no tendría que ser así. Cuando algún profesional abre una ficha, le sale la visita anterior, aunque sea de psiquiatría o psicología, con el profesional que te ha atendido. O sea que es así de sencillo saberlo, solo hay que mirar la ficha.
Si detectas discriminación, no estás imaginando ni sospechando por nada. Lo más probable es que sea así. Nuestros datos no son “tan” confidenciales como lo tendrían que ser ni como nos aseguran que son. Así de simple. En la consulta, el profesional lee nuestro lenguaje no verbal, como hace cualquier persona. Pero olvida que también leemos el suyo y que éste a veces es transparente, de forma involuntaria. Sí, aquel tono paternal que usa tu médico cuando te saluda, aquella poca importancia que detectas que le da a tu problema de salud aquella otra doctora… Tengo un diagnóstico, pero vivir esto me hace más daño que la sintomatología o los problemas cotidianos de cualquier persona, porque no soy tratada de problemas de salud física.
Cuando me he enfadado visiblemente por el trato, he reforzado la idea de que yo estaba “mal”. Cuándo he cambiado de médico porque no me gustaba como era tratada, he pasado a ser una paciente “complicada”. Y si los acuso de discriminarme, se alteran y acabamos hablándonos mutuamente desde una postura defensiva. Y, evidentemente, no hacer nada no ayuda.
He aprendido, pues, que mostrar signos de alteración es perjudicial. Tanto da que tenga motivos racionales y legítimos. Únicamente funciona la calma, un buen conocimiento de mis derechos y no dejarme asustar ni imponer nada. No siempre lo consigo, porque el dolor que me provoca, a veces me desarma. Para algunas situaciones, me planteo que me acompañe alguien que sepa que no me lo invento. Pero, fríamente, es lamentable que tenga que ser así. Ni soy una criatura para tener que ser acompañada, ni voy al médico a perder el tiempo. En realidad, me daba pánico ir al médico, porque sufría innecesariamente a causa de este trato. Iba cómo quién va al súper, con la lista de unos cuántos problemas de salud, para no tener que volver en una temporada larga. Me han reñido por eso. Si tan solo escucharan por qué no quería ir…
De manera que ahora, cuando me hacen un tratamiento inútil para que me calle o me recetan placebo o un medicamento absurdo, pido explicaciones y expreso el desacuerdo y mis preferencias. Cuanto más calmada me muestro, con asertividad y razones, más nervioso se pone quien no me trata correctamente, y me acaban escuchando. Entonces vivo tranquila, porque soy tratada como es debido y me defiendo sin alterarme. Gano en salud.
Pero es grave, en el fondo. El infradiagnóstico que sufrimos como colectivo pone en peligro nuestras vidas. No es casual que tengamos una esperanza de vida menor. Y no, no lo es “solo” por la medicación o cualquier “conducta de riesgo” que tengamos, como por ejemplo fumar u otros. Es porque somos discriminadas.
Martina Vergés