Collage © Laia Arque

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En la era de la lucha contra el cambio climático, de la contaminación del planeta, de la perdida de la biodiversidad, del fin de los recursos naturales y las energías fósiles, de la crisis económica, de los desahucios, del paro estructural, de la gentrificación, de las pensiones no-contributivas de 350€ al mes, de la vulneración de DDHH, de la vulneración de los derechos políticos de los países o naciones que quieren devenir estados… Y ¿Cómo no? ¡En la era de la Covid-19!

Pero también de la era de Planes Directores de Salud Mental y Adicciones que son muy bonitos pero papel mojado; de los “casos de salud mental de elevada complejidad”, que a mí me parece un eufemismo para no decir “personas que no se someten o no quieren ser sometidas a la elefantiásica burocracia del sistema social y psiquiátrico imperante”; del triunfo de la psicología cognitivo-conductual enfrente otras formas de abordaje del sufrimiento de las personas con Trastorno Mental; de la lucha contra la violencia de género; del patriarcado cuestionado; de la xenofobia y el odio al diferente; del ascenso de la extrema derecha; de la masificación de las prisiones; de la criminalización de los problemas de Salud Mental, de las unidades psiquiátricas en las prisiones, de la psiquiatrización del malestar; de las barreras arquitectónicas para las personas con discapacidades físicas; del avance de la genética y la epigenética; de la futura realización de un mapa del cerebro; de las adicciones a substancias, pero también a cosas y a personas; de la famosa “conciencia de enfermedad” y del “bien superior”; de las tutelas y curatelas y cualquier tipo de sistema de substitución de la capacidad jurídica que vulneren los DDHH más fundamentales de nuestro colectivo; del acoso escolar, laboral y de cualquier otro tipo; del estigma y la discriminación por razones de salud mental, pero también por razón de género, nacionalidad, religión, creencias, origen, problemas de salud, etc.; de la famosa prevalencia de los “1 de cada 4 tendremos un trastorno mental”, hecho que ha disparado el número de diagnósticos; del aumento exponencial del número de discapacidades por razones de salud mental, y de la extrema biologización del modelo bio-psico-social:

    • sobremedicación y abuso de las farmacéuticas con finalidades pecuniarias y no éticas,
    • de los tratamientos involuntarios ambulatorios,
    • de las contenciones mecánicas,
    • de la terapia electroconvulsiva,
    • de la estimulación craneal profunda,
    • de la esterilización forzosa,

(Todo eso que la ONU considera tortura: trato degradante, inhumano y cruel)…

Yo lanzaría estas preguntas:

¿Estamos preparados, como sociedad, para hacer frente al conductismo imperante? ¿A la patologización de la diversidad psicosocial? ¿A la biologización de los problemas psiquiátricos? ¿Podemos hacer frente, como sociedad, a las barreras psicológicas y sociales de nuestro colectivo sin tener que crear tanto sufrimiento en la gente con problemas de Salud Mental? ¿Cuándo nos daremos cuenta que la sistemática vulneración de DDHH en el colectivo de personas con Trastorno Mental es la causa principal de tanto sufrimiento?

Pido aquí, públicamente, el fin de tantos años de estrabismo político y social por lo que se refiere al mundo de la Salud Mental. Es la hora de reivindicar una ley de Salud Mental en la línea que marca la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad. ¡Basta de sufrimiento! Debemos trabajar todos conjuntamente: Instituciones públicas y privadas; universidades; familias; pero sobretodo, sobretodo, teniéndonos en cuenta a los pacientes, usuarios y activistas que necesitamos ser escuchados y tenidos en consideración ¡Nadie desea hacer sufrir a sus seres queridos más de lo que sufrimos nosotros!

Dani Ferrer Teruel

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