En tiempos neoliberales, voxonianos, bolsonarianos y trumpistas, la idea de la “igualdad” entraña algunas trampas. Es común escuchar que “todas las opiniones son válidas” para luego constatar que, en realidad, ese “todas”, hace referencia, principalmente, a quienes están y siempre han estado en las situaciones más privilegiadas dentro de la estructura social (¡oh, sorpresa!).
Las trampas de la igualdad son posibles porque están fundamentadas en una falacia liberal (que asumimos como un ideal) de la ilustración europea: todos, por el simple hecho de ser humanos, somos iguales. O, dicho de otro modo, están fundamentas en la falsa idea de que ese “todos”, nos incluye realmente a todes.
Nada más lejos de la realidad: no a todes la policía nos pide identificarnos por nuestro aspecto físico o color de piel; no a todes nos prohíben trabajar legalmente, para condenarnos a sobrevivir con base en la explotación y así mantener a quienes nos explotan; no a todes nos da miedo que el siguiente año nos echen de ese mismo país, que además históricamente nos ha saqueado; no a todes nos intimidan las miradas en lugares públicos por ir con la pareja de la mano, o por cómo luce nuestro cuerpo; no a todes nos da miedo caminar soles por la noche por si nos violan; no a todes nos criminalizan por decidir sobre nuestros propios cuerpos; no a todes…
A continuación, comparto reflexiones personales sobre tres trampas de la igualdad en tiempos neoliberales y de la (ultra)derecha (e incluso, de la izquierda) blanca europea; y sobre cómo se han colado en el movimiento asociativo de salud mental.
1. ¿Estamos en condiciones sociales de igualdad?
La falsa idea de igualdad (también se le podría llamar “la idea neoliberal de la igualdad”) desconoce que, estructuralmente, nuestra sociedad está montada desde posiciones de poder que son desiguales. Es decir, que sitúan de manera automática y sistemática a algunas personas en una posición de ventaja y a otras en desventaja. Por eso mismo, esta idea de la igualdad es peligrosa: al hacernos creer que ya estamos en condiciones sociales y políticas de igualdad, invisibiliza las situaciones en las que se hace evidente que esto no es así. Desde ahí, se hace imposible que podamos revertirlas.
En este mismo sentido, al omitir que existen relaciones desiguales de poder, esta trampa puede hacer que parezca que todes estamos expuestes a las mismas violencias y a las mismas formas de discriminación, así como a los mismos privilegios y oportunidades. Y, aun peor, hace creer que cuando te defiendes de eso que te violenta estás “discriminando” a quien te violenta. O que estás faltando al valor de la “diversidad”.
Posicionarte en contra de lo que te excluye y violenta histórica y sistemáticamente, no es discriminación, es autodefensa.
Dicho de otro modo, de pronto ocurre que, si te declaras “antifascista” en un acto de autodefensa, se te dice que “discriminas” o que “vulneras derechos de otras personas por cómo piensan u opinan”. Es así como tu propia situación de exposición a la agresión es apropiada por tu agresor para decir que tú lo estás agrediendo a él; y entonces, te desacredita como denunciante. Otros ejemplos concretos de esto serían: decirle “racista” a una persona racializada por denunciar el racismo que vive; pensar que el antifascismo es un posicionamiento fascista hacia el fascismo; pensar que cuando las personas locas decidimos hacer espacios “en primera persona” (sin profesionales y/o familiares que no hablen como locas) somos excluyentes o discriminatorias.
En última instancia, todo lo anterior tiene como efecto que, quienes ya estaban en una situación histórico-estructural de poder y autoridad, se mantengan siempre ahí.
2. Esconde discursos de odio
La falsa idea de la igualdad esconde otra cosa: discursos de odio (a veces explícitos, otras veces sutiles). Al plantear que “todo vale”, esta falsa idea de la igualdad encubre y justifica microrracismos, micromachismos, supremacismos, autoritarismos, cuerdismos y capacitismos, discriminación por motivos de sexo, género, color de piel, religión, origen étnico, entre otras; e incluso el exterminio de poblaciones enteras. Porque, repito, ese “todos”, en realidad, no nos incluye a todes. Cuando se defiende desde posturas supremacistas que “no se puede discriminar por ideología o nacionalidad”, en el fondo, lo que se expresa es “no se puede poner límites a quienes tenemos más privilegios que otras personas, porque no queremos reconocerlos, ni cederlos, ni redistribuirlos hacia esas otras personas o poblaciones menos privilegiadas”. Así es como ese “todo vale”, en la falsa idea de la igualdad, se convierte en sinónimo velado de supremacismo.
3. Genera una falsa idea de “horizontalidad”
En el activismo loco (o al menos en algunos -ahora haré referencia en concreto al movimiento asociativo en primera persona en el contexto español, y más concretamente en el contexto catalán-) también se ha colado esa falsa idea de la igualdad. Se llega a pensar que por el simple hecho de que compartimos experiencias de sufrimiento psíquico y/o de opresión ante el sistema de salud mental, estamos en condiciones de igualdad, y entonces “todo” vale. Hay personas locas que en asambleas “horizontales” dicen que “si alguien es racista, por algo será”, o que “si alguien es nazi, pues está en su derecho”. Suele ser la misma gente que dice, precisamente, que “todo vale” y que “no se debe discriminar a nadie por ideología, religión o nacionalidad”.
La misma gente que cuestiona por qué existen Grupos de Apoyo Mutuo no mixtos o solo entre mujeres (que, según su argumento, “discriminan” a hombres). La misma gente que no apoya la campaña #RegularizaciónYa, porque ese “todos”, del “todo vale”, no nos incluye a las migrantes ni a las sin papeles; ni siquiera siendo también personas locas. Quizá a sus ojos blancos no lo seamos tanto, porque no somos como ellos. Y, por lo tanto, nuestros problemas de personas locas no-blancas no les afectan (aunque a nosotras sí nos tienen que afectar sus problemas de locos blancos). De hecho, en un extremo aparentemente contrario, también se llega a decir: “inmigrantes como tú sí queremos, porque defiendes nuestros derechos” (los de los locos blancos).
Otras veces, al intentar explicar por qué el racismo y el fascismo no son una opinión, sino una forma de discriminar y violentar, que es histórica y es estructural (está en las leyes, en los protocolos, en el lenguaje, en las relaciones interpersonales, etc.), que afecta históricamente a colectivos en concreto y/o por motivos concretos, y que daña directamente nuestra “salud mental”, se nos cuestiona una y otra vez. Es inevitable preguntarse, ¿con la misma autoridad y emoción se cuestionaría el mismo argumento a compañeros locos blancos europeos o catalanes de clase alta? Sorprende ver que también se trata de la misma gente que usa esos mismos argumentos para defenderse del cuerdismo y de la psiquiatría; y que representa al colectivo loco y a las asociaciones en espacios públicos, en parte gracias a quienes trabajamos, precisamente, como migrantes, como sin papeles, y como locas.
Por eso, ante estas trampas de la “igualdad” y de la “horizontalidad”, el movimiento loco no sólo será antifascista. Será antirracista, anticapitalista, anticapacitista, anticuerdista, anticolonialista, transfeminista, antiLGBTIexcluyente, antiedadista, antisexista… o no será.
Grecia Guzmán Martínez