Il·lustració © Cristina Méndez

Ilustración © Cristina Méndez

Una mañana, tengo entre siete y nueve años, al despertar, descubro que tengo unos seis alfileres clavados en cada una de mis trenzas. En ese mismo instante mi cerebro crea un bloqueo impidiendo razonar lo que había ocurrido mientras dormía, para protegerme de la verdad que se oculta detrás de unos alfileres.

En esa misma época, a veces dormía en una habitación cercana a la cocina, y recuerdo una noche que mi madre viene a despertarme y me dice: “es que estaba en la cama pensando en que me había dejado el gas de la cocina abierto y no sabía si subir a cerrarlo”. En ese momento yo sé que esto mismo había pasado en dos ocasiones anteriores. Si hubo más intentos, no los recuerdo o no fui consciente de ellos. El bloqueo en mi cerebro me impide relacionar y entender estos dos hechos hasta que, con cuarenta y dos años, participando en una terapia grupal acerca de los abusos en la infancia, pude relacionarlos. Tardé dos años en poder verbalizarlo. Durante muchos años he tenido terrores nocturnos, sentía que había un soldado romano que venía a clavarme un cuchillo en el estómago durante el sueño. En la terapia descubrí que mi madre estaba simbolizada por ese soldado romano y ese mismo día, con cuarenta y dos años, dejé de tener terrores nocturnos.

También quiero contaros que desde los cinco hasta los doce años padecí abusos sexuales por parte de un familiar, que además vivía en la misma calle. Creo que tengo alrededor de seis-siete años cuando mi madre lo descubre y, en lugar de pararlo, me considera culpable. No lo para y empieza a maltratarme psicológicamente a base de insultos y desprecios continuos a mi persona. Con once años descubro dos formas de paliar el dolor interno: una, estampándome contra las paredes, y la otra es bebiendo. No he caído en alguna adicción de pura casualidad. De los veintitrés a los veintiséis años, ingreso unas ocho veces en psiquiatría, siempre a causa de un intento de suicidio. Siempre cuento que en aquella época hubiese preferido quedarme a vivir para siempre en el Hospital psiquiátrico de Santa Coloma de Gramenet.

Durante un Congreso, mientras escuchaba a un profesional hablar de síntomas supuestamente biológicos, quise gritar. Muchas veces he explicado que hasta los cuarenta y dos años yo sentía que no podía aprender por la experiencia, no comprendía las ironías, escuchaba a cualquiera que me diera un poco de cariño, me sentía perdida, encerrada en mí misma.

No soy una enferma mental, soy una persona que ha sufrido varios tipos de violencias, las cuales me han originado unas secuelas. Secuelas que padeceré el resto de mi vida por lo que otros hicieron. Una de las cosas que más me ha ayudado a seguir viviendo es eso que los profesionales llaman esquizofrenia.

Por ello me levanté y pregunté a los profesionales: ¿Cómo se supone que debo vivir sabiendo que mi madre intentó matarme? ¿Cómo se supone que debo vivir con ese horror? La próxima vez les exigiré respuestas. ¿De veras se creen que lo “normal y sano mentalmente” es que no me importe y pueda seguir con mi vida como si nada hubiera pasado? ¿Normal? No, gracias.

Rosa García

Comentarios: