Ilustración © Mireia Azorin

Ilustración © Mireia Azorin

En mi etapa de infancia, adolescencia y parte de juventud, a causa de lo que estaba ocurriendo en mi entorno, no pude tener una formación académica ni cultural. Me costó acceder al mundo laboral, no voy a quejarme del trabajo precario a causa de mi baja formación académica. Me quejo más de la eventualidad, puesto que el tener unos horarios me ayuda a estructurar el día a día.

Siempre eché de menos una vida laboral, con sus obligaciones, con sus retos, con los problemas que también conlleva, como una forma de estar en contacto con la vida. Vivir encerrado en uno mismo es muy duro e incapacitante, el simple hecho de salir de casa a comprar una barra de pan lo vivía como una expedición al Amazonas. Sé que es difícil entender que alrededor de un año, en plena adolescencia, sintiera envidia y admiración por mis amigas, por ser capaces de caminar por la calle más allá de la acera de su casa, que fueran capaces de cruzar un puente, de ir a trabajar en moto o de utilizar el transporte público. Sentía envidia y admiración, ellas evolucionaban hacia la vida adulta, y por ende a una vida autónoma, y yo me quedé anclada durante la adolescencia. Me quedé encerrada en mi casa por unas cadenas invisibles que me costaron unos años romper. A partir de mi primer ingreso con 23 años en un hospital psiquiátrico (Torribera) empecé a reconstruir mi vida, una vida que tiene que partir de otro punto diferente al que perdí con 18 años.

Me iban saliendo trabajos esporádicos, hasta que estuve durante un año trabajando en un bar. De ahí pasé a sacarme el carnet de conducir y a trabajar en diferentes fábricas de peón. Trabajar en la hostelería es duro y está mal pagado, pero gracias a obligarme a ir cada día a trabajar pude salir de la situación de estancamiento en que me encontraba. Recuerdo con cariño la sensación de libertad que sentía los días que no trabajaba y me cogía un mapa de carreteras, llenaba el depósito de gasolina y me iba a descubrir lugares cercanos.

ActivaMent me ha dado la oportunidad de sentir que todas las experiencias negativas que me hicieron sufrir durante años son de utilidad a otras personas. Me ha hecho sentir que a pesar de todo no ha sido un tiempo perdido. Antiguamente estaba convencida de que mis primeros 27 años de vida no sirvieron para nada. Ahora, al compartir con otras personas, siento que todo lo negativo que hubo se convierte en positivo si con ello puedo acompañar a otras personas en un proceso tan doloroso como es el de explicar traumas infantiles.

Un abrazo a todas las personas que formáis parte de la gran familia de ActivaMent.

Rosa García

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