Dicen que para querer a los demás es necesario quererse a uno mismo…
Dicen que el TOC es crónico, que me tengo que medicar de por vida…
Dicen que para este problema es necesario hacer psicoterapia cognitivo-conductual para controlar los síntomas del TOC. Y cuando no logras controlar los síntomas pueden hasta decirte que es porque no pones todo tu empeño.
Cuando una persona acude a un psicólogo o médico psiquiatra en busca de ayuda es porque está sufriendo psicológicamente.
El profesional procede a realizar un diagnóstico clínico, que fácilmente queda en la etiqueta de un (o más de un) trastorno mental.
En mi caso, por ejemplo, el TOC era el síntoma de mis problemas reales. Yo acudí porque no podía soportar más no poder parar de pensar sobre un tema que me producía un gran malestar. Evidentemente que el TOC se había convertido en mi problema, pero en realidad, no era más que la expresión visible de mi profundo sufrimiento.
El tratamiento que me aplicaron consistió en minimizar los síntomas que presentaba a través de diferentes tipos de medicación y de una terapia cognitivo-conductual.
Pero claro, los síntomas son como las ramas de un árbol, y las ramas no son el árbol, sólo son una pequeña parte de él. ¿Cómo estaba mi tronco? ¿qué tenían mis raíces?, ¿cuál era mi abono?… Yo, siendo una persona, ¿qué me hizo empezar a presentar este tipo de sintomatología?
Mi problema grande y principal fue el no saber respetarme o quererme a mí misma. Sabía “la teoría”, pero el hacerlo era algo ajeno a mí.
Desde edades tempranas crecí con miedo a los estallidos de cólera que parece que yo le producía a mi padre. Su gran tamaño, su cara de rasgos fuertes y enrojecida por la rabia me aterraban. Los motivos de sus amenazas podían ser cosas como que se me cayera el vaso de leche en el suelo, el tener un ataque de tos por la noche que le impidiera dormir… Era peor el miedo que sentía a la previa que el golpe físico que podía venir después.
También crecí con rabia, rabia hacia sus reacciones injustas hacia mí, hacia sus enfados desproporcionados. Pero supongo que de alguna manera yo era consciente que no podía enfrentarme a él (yo pequeña y él grande), por lo que esta rabia la empecé a dirigir hacia mi persona, algunas veces dañándome físicamente. Esas situaciones, que no fueron pocas, acompañadas de sus desvalorizaciones hacia mí o hacia mis deseos o voluntades no me permitieron aprender a respetarme ni a cuidar de mi misma.
También es cierto que compartí algunos momentos mágicos con él, por lo que al final siempre me sentía culpable de no quererlo suficiente.
Pronto empecé a evadirme de la realidad. De pequeña empecé a leer compulsivamente. Me encerraba en mi habitación y leía. De adolescente empecé a salir, alcohol, tabaco y hachís. En estas edades empiezo a presentar síntomas que me torturan de tal manera que me hacen desear morir.
Pero el sufrimiento siempre ha ido por dentro. El castigarme y maltratarme a mí misma de diferentes maneras, ha sido el pan de muchos días de mi vida.
Pero esto los profesionales no lo contemplaron. Solo trataron mi TOC sin ir a la raíz de mi sufrimiento, a mi problema en mayúsculas.
Considero que el trabajo de los profesionales es mucho más complejo y que no debe ceñirse exclusivamente en aplacar al síntoma. Que más humildad y humanidad son necesarias en el campo de la salud y que el respeto hacia la persona en su totalidad es lo más importante.
Yo sigo intentando aprender a cuidar mejor de mí, mientras que doy a los otros todo. Lo más bello y bonito sale genuinamente de mí, amor y respeto hacia los míos.
Sí, puede uno no quererse realmente a sí mismo, pero sí saber querer a los demás.
Laia Oliva