Fotografia © Elena Figoli

Fotografia © Elena Figoli

¿Qué escriben los otros? ¿Qué dicen los otros? ¿Qué sienten los otros? Siempre parece como que tengamos que esperar que alguien más nos dé la razón para no ser los únicos a quienes nos pasa lo que nos pasa. Pero es curioso, porque cuando dejamos de tener miedo de hablar, entonces siempre hay alguien que te explica una cosa… diferente. Como cuando le expliqué a Veronika que hasta que no di un nombre a los abusos tenía aquellas pesadillas recurrentes en que estaba inmóvil sobre la cama y una sombra se acercaba desde atrás, y entonces yo sentía tal terror que me acababa despertando, pero todavía dentro del sueño, de forma que al cabo de un rato la sombra volvía, yo volvía a despertar dentro del sueño, y así durante noches enteras, y entonces Veronika me explicó que ella de vez en cuando, sin venir por anticipado, se desmayaba, y que durante mucho tiempo no entendió qué le pasaba, hasta que decidió hablar sobre los abusos en una página web que se llama: No Callaremos (página en checo).

Y también le expliqué a Vendula como durante años salía a la calle y andaba durante horas y no descansaba hasta que encontraba algún hombre mayor que me mirara con aquella mirada vidriosa y entonces lo seguía hasta donde hacía falta. Podía pasarme horas andando. Tenía doce años, entonces, y ya hacía cuatro que me gritaban maricón en el colegio y yo quería correr más que los insultos. Y Vendula me explicó que tenía una amiga a quien de repente la cabeza le hacía un clic y entonces salía de casa y tenía que ir a algún bar a encontrarse con algún desconocido que se la follara, y después se arrepentía, hasta que volvía, y entonces se arrepentía, hasta que volvía.

Lo que tienen en común Veronika y la amiga de Vendula, además de que fueron abusadas de pequeñas, es que viven a dos mil kilómetros de Barcelona. Son checas. Sí, sí, checas de Chequia. Porque resulta, ¡oh sorpresa!, que los abusos pasan en todas partes, y que en todas partes los abusos tienen consecuencias, especialmente el hecho que no le puedes decir a nadie, que te piensas que estás loco, que no conoces nadie a quien le pase. Hasta que empiezas a hablar, le pierdes el miedo y descubres que pasa exactamente lo mismo pero un poco diferente a dos mil kilómetros de tu casa. No le puedes ofrecer mucho ni a Veronika ni a Vendula: nos lo tenemos que manejar solos. Lo único que les puedes ofrecer es escucharlas un rato y abrirte tú mismo todo el que puedas. Porque abras la parte que abras, siempre hay alguien que se puede sentir identificado. Lo único que nos queda es creer en nosotros mismos, creer con todas nuestras fuerzas. Ser nuestro propio referente, nuestra fuente máxima de identificación. Porque sí, y punto.

¿Qué escriben los otros? ¿Qué dicen los otros? ¿Qué sienten los otros? Yo lucho cada día contra aquel monstruo. Y a ratos estoy tranquilo, estoy contento, a ratos incluso soy reconocido por mi trabajo, me hacen entrevistas y todo, y ya siento que todo ha merecido la pena, pero después como de repente vienen aquellas cosas que no puedo controlar y que cuanto más intento controlar menos me las apaño. Cuando me muerdo las uñas hasta que me sangran, cuando me arranco la piel de la cabeza durante horas, cuando bebo alcohol para llenar el vacío pero me paso un poco demasiado, cuando me niego a acostarme porque tengo miedo de pasar miedo. Cuando me incordio con el universo porque no me pone las cosas más fáciles. Pero, ¿qué haremos? Es mi vida, y si soy sincero, no está tan mal. Si soy sincero, la mayoría de la gente que conozco o la que me encuentro en la calle es infinitamente amable. La señora Spendliková que me preparó una sopa de patatas y setas, porque le apetecía y había encontrado las setas en los caminos de Bukovina. Mi vecina de setenta y pico de años, del primer piso, cuando me la encuentro me sonríe y me dice buen día y que es un gozo de ver y no puedo evitar que vivió toda su juventud en una dictadura. Ayer Veronika me acompañó hasta el autobús, me senté al lado de un joven y cuando llegamos al destino final me dijo, sin venir a cuenta: “ha sido un placer conocerte“. Salgo al balcón y veo un paisaje de casas y árboles y ventanas y cielo precioso. ¿De qué me quejo? La vida es así, una de cal y otra de arena. Sólo puedo decir esto: la mayoría de personas no nos haría nunca mal. Nunca. Al contrario.

Kepa Uharte

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