Me he dado cuenta de que cuando perdonamos el daño causado, en realidad, lo que estamos haciendo es liberarnos de la culpa, traspasando el sentimiento de culpa y la responsabilidad del daño causado a nuestro monstruo. Lo hacemos para poder seguir con nuestras vidas y no quedarnos anclados en el dolor.
Decidí no perdonar a mi madre por el daño hecho, me siento segura de mi decisión. Opté por un camino que no sabía dónde me llevaría, acepté que mi madre me dolía y me debatí entre el amor y el odio.
Hace muy poco estuve hablando con una madre a la que le habían retirado la custodia de su hija por denunciar que su marido abusaba sexualmente de ella. Acusaban a la madre de usarla para poner una denuncia falsa contra el padre. Si esto ocurre hoy en día, qué no ocurriría en la sociedad cuarenta años atrás. Eso hizo que me pusiera en el lugar de mi madre. Sentí su miedo a una sociedad acusadora, su impotencia, que si se hacía público lo que me estaban haciendo yo sería señalada, sin escapatoria de las habladurías, que sin duda destrozarían mi vida para siempre. Me planteé por qué muchas madres, demasiadas a lo largo de la historia, han callado, culpado, ignorado e incluso participado en el abuso que sufrían sus hijos e hijas.
Me puse en el lugar de esas madres atrapadas, sin un lugar al que pedir ayuda. No me vale el juzgarlas situándolas fuera de su contexto más cercano, o desde la lejanía en el tiempo. Lo que me vale es juzgar la sociedad en la que ellas se encontraban inmersas, puesto que solo así puedo entender su forma de actuar. Hay un dicho que dice que ningún tiempo pasado fue mejor, y en lo concerniente a las mujeres, los niños y las niñas, podríamos asegurar que todo tiempo pasado fue peor. Por supuesto que en los tiempos pasados hubo mujeres, niños y niñas felices, que mantuvieron buenas relaciones familiares, pero yo no lo juzgo a nivel particular, sino a nivel colectivo.
El mayor tesoro de una mujer era su reputación. Desgraciadamente, esto no ha cambiado mucho. Seguimos juzgando a las personas que en algún momento de sus vidas han sufrido algún tipo de violencia sexual como culpables, las juzgamos socialmente. Lo peor es cuando sus propias familias las repudian, incluso son repudiadas por otras víctimas de su mismo abusador por miedo al rechazo familiar. Si esto ocurre hoy mismo, ¿qué no ocurriría años o siglos atrás?
Me pongo en el lugar de mi madre y siento compasión por ella. Siento compasión por todas las madres que durante demasiado tiempo han sido obligadas al silencio. No siento rabia, lo que siento es una fuerza que me da seguridad en el activismo.
Rosa García