Fotografia © Elena Figoli

Fotografía © Elena Figoli

Reconozco que no creo en Jesús ni en Mahoma. Ni en Krishna ni en Yahveh. Soy agnóstico. Fui educado en la religión católica como la mayoría de los españoles. Pero a los dieciséis o diecisiete años abandoné la práctica de la religión. Pasé a ser un “católico no practicante” de lo que luego pasé a ateo. Finalmente, hace ya tiempo, pasé a pensar que no se si Dios existe o no y me parece complicado de averiguar, si es que se puede averiguar. Así que soy bastante refractario a todo tipo de idea religiosa.

Reconozco que la fe mueve montañas. La fe en el Islam fue uno de los factores por los que en el siglo VII y VIII los árabes extendieron su dominio por medio mundo.

Estaban imbuidos de que Alá y la razón estaban de su parte y arrasaron con los viejos reinos e imperios de entonces como si fueran un vendaval entre hojas secas.

Tengo experiencias personales en que, convencido de que Jesús estaba de mi lado, me lo llevaba todo por delante. Te puedes llegar a creer invencible si crees que Dios lucha a tu lado. Y te lanzas hacía adelante.

Pero los soldados alemanes de la Wehrmacht en la Segunda Guerra Mundial llevaban grabado en los cinturones “Got mit uns” (Dios con nosotros) y todos sabemos toda la leña que llegaron a recibir. Y los que ganaron fueron los rusos que eran ateos.

Hay libros de sacerdotes (por ejemplo “El poder del pensamiento tenaz”) en que hablan de la religión como de una solución para los problemas mentales. He leído sobre organizaciones llamadas “Religión y psiquiatría” en que buena parte de la terapia consiste en rezar. Incluso conocí una señora que cuando le dije que tomaba medicación para la esquizofrenia, me dijo que dejara de tomarla y me pusiera en manos de Dios.

Teniendo en cuenta que se de niños de cinco años que mueren de cáncer (¡los angelitos!) y que lo más que han vivido en su vida ha sido la quimioterapia prefiero no ponerme en manos de Dios y acudir al psiquiatra.

No dudo que para algunas personas estos comentarios pueden resultar una ofensa. No es mi intención.

Pero me parece que algunos de nosotros, los chiflados, nos ponemos a veces en manos de organizaciones o personas que nos prometen el oro y el moro. Y la religión puede influenciarnos para que nos sintamos mejor. Una iglesia con su silencio y sus rituales puede crearnos un estado de ánimo que nos ayude. Yo no creo que Jesús nos ayude pero si tú crees en ello puedes encontrar un alivio. La cuestión es no perder la cabeza.

Hay otras religiones, a parte de la católica, evidentemente. Los evangelistas también son cristianos y tienen una visión diferente. Para ellos, las personas con trastorno mental estamos poseídos por demonios. Prefiero alejarme de esta gente porque me impresionó mucho “El Exorcista” cuando era pequeño. La ciencia da pocas soluciones, pero me parecen mucho más atractivas que pensar que Belcebú me posee. Algo de lo que los evangelistas no tienen ninguna prueba.

Así pues, desde mi punto de vista, lo mejor que podéis hacer es creer en vosotros mismos y en vuestra capacidad para afrontar los problemas. Y si conseguís un poco de confianza, podéis afrontar casi cualquier cosa que ocurra. Si creéis en Dios, esto puede ayudaros. Pero si las cosas no salen bien podéis hundiros y sentiros perdidos.

Como decía John Lennon, de los Beatles: “solo creo en la gente y en mí”.

Fèlix Rozey

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