
Las primeras psiquiatras que tuve no solían preguntarme por si oía o no oía voces, por lo que yo no le di importancia a “las voces”. Nunca he tenido claro lo de las voces, entendidas como alucinaciones auditivas.
Soy una persona que siempre he escuchado mucha música. La música, ligada a la jovialidad y la desinhibición del espíritu, relacionada con el estallido de las emociones contenidas siempre ha tenido un efecto terapéutico en mi alma y mi persona. Antes era un fanático de escuchar música, leerme las letras de las canciones y tararear la melodía, aunque fuera mentalmente, por mis adentros. Ahora se me ocurre que eso mismo que tragarse tanta música sin sacar de dentro los sentimientos que me provocaba cada canción o melodía, podría ser la causa de las voces que siento. Especulo. De hecho, sea la causa o no de mis voces, creo que más bien, esta música me ha ayudado a tapar, a aliviar o mitigar las otras voces que me asedian. La musicoterapia es una terapia tan válida como cualquier otra terapia, y que se conocen sus beneficios empíricamente hablando. Diría que no hay límite en escuchar la música que te gusta, las horas que haga falta, si es en beneficio de subirle la moral a alguien que esté muy triste, por ejemplo.
Hay otro tipo de voces que escucho, son aquellas voces que aparecen cuando estoy haciendo algo que es mecánico o rutinario, como cocinar en casa. Entonces mis voces se dirigen a un hijo (imaginario) que tengo al lado y al que estoy aconsejando sobre el uso de los instrumentos de cocina, sobre las recetas de cocina, etc. Es un ejemplo. Quizás me ha salido la vena paternal, ¿quién sabe? En todo caso, soy alguien que alucina y alucina con voces que no tienen por qué ser molestas, ni agresivas, ni violentas. Dice un refrán castellano: “Como las dan, las toman” o este otro: “Recogerás lo que siembras“. El sentido que los doy en relación a las voces es que lo haces a menudo, aquello a lo que te dedicas la mayor parte del tiempo, será lo que determinará la clase de voces que podrás llegar a escuchar.
Estemos atentos a aquellas voces que no son cantos de sirena. Yo creo que aquellas voces que escuchamos quienes tenemos alucinaciones auditivas son sueños viajeros, enquistados en algún rincón de nuestra memoria, que tratan de sobreponerse a la adversidad; o tenemos un deseo incumplido que se nos resiste; o que estamos hartos de escuchar aquellas malditas frases y las queremos rehuir, pero no lo conseguimos.
Con todos los y las psiquiatras que he ido, les he dicho: “Yo no siento voces externas, yo siento mi voz interior“. Mi voz interior, no difiere de las voces que puede sentir cualquier otra persona. No son voces extrañas, son voces propias que salen del interior de mi ser y determinan, a menudo, que yo pueda delirar o no; que pueda imaginar cosas que no son; o que pueda obedecer ciegamente lo que las voces me mandan a hacer; sin ni plantearme que mi mente esté tirando mensajes absurdos, carentes de toda lógica y de todo razonamiento, por el mero pretexto de alejar aquella voz que de pronto hace presencia y me entorpece la labor que estoy haciendo.
Mucha literatura científica he tenido que leer para no hacer caso de las voces que me asedian cuando me veo conduciendo el coche y las voces me mandan a provocar un accidente que pueda suponer mi suicidio. De forma tajante y expeditiva debo cortar las voces que me exhortan a esta barbaridad, y no lo consigo sino es poniendo en marcha la radio, escuchando música o resistiendo los terroríficos cantos de sirena que me empujan a suicidarme.
Sobre voces hay mucho que decir, no tanto a escribir, porque cada uno sabe cómo son sus voces y cada uno las interpreta a su manera, en cada momento y en cada circunstancia. El misterio radica en una caja cerrada llamada cráneo, el cual es posible que contenga esa entelequia llamada “ser”, “alma”, o “espíritu”.
Dani Ferrer