Il·lustració © Mireia Azorin

Ilustración © Mireia Azorin

De pequeña sufrí abusos sexuales por parte de un familiar. En éste artículo no hablaré sobre el trauma y sus consecuencias en forma de trastorno mental. Sino que hablaré sobre una pesada lápida llamada silencio. Lápida, puesto que el silencio exige enterrar y negar una traición, que en el caso de hacerse pública se acusa a la víctima de traicionar a la misma familia que esconde los abusos y es la única traidora.

Sufrí abusos sexuales desde los 5 años hasta los 12 años, edad en que consigo detenerlos. Durante mucho tiempo ese mismo familiar me sigue acosando por negarme a seguir siendo abusada por él. Algún día escribiré sobre lo que me suponía coincidir en espacios familiares y actuar como si nada.

Mi madre lo supo, pero su reacción fue negarlo y no hacer nada por evitar que siguiera ocurriendo, por lo que considero que mi madre permitía los abusos. Mi madre me maltrató psicológicamente, sus insultos y desprecios hacia mi persona fueron constantes. A sus ojos yo era la culpable de los abusos que estaba sufriendo. Con el tiempo y la distancia he llegado a la conclusión de que ella también sufrió abusos, que su entorno también miró hacia otro lado. Por eso cuando lo descubre, se comporta de la misma forma que hicieron con ella, mirando hacia otro lado. Mi madre, los últimos años de su vida, está en una residencia de ancianos. No me apetece ir a verla, ni tener ningún tipo de relación, no le debo nada, siento que los lazos emocionales están rotos. No es el momento de intentar arreglar nuestra relación, no siento esa necesidad. Cuando muera no estaré presente, ni siquiera en su entierro, sólo recibiré una llamada telefónica informándome. Acto seguido avisaré a mi entorno de confianza, que durante las semanas siguientes estarán pendientes de mí, por si necesitase un ingreso en psiquiatría.

Vigilaba a mis hijos, tenía miedo de que les hicieran daño. Intentaba controlar todo a su alrededor, vigilaba los detalles, estaba en alerta continua protegiéndolos de un enemigo imprevisible. Hasta que llega un momento en que acepto que no puedo controlarlo todo, también acepto que la única forma de protegerlos es acabar con el silencio. Por ello doy un paso al frente, me expongo públicamente y me reconozco como una superviviente de abusos sexuales en la infancia. Rompo el silencio, rompo el tabú, opto por exponerme para proteger y evitar a otros este sufrimiento.

Como activista en salud mental soy consciente de que el silencio sólo nos aporta más dolor. Sabemos que el silencio protege a los abusadores, nunca a sus víctimas. Mi madre por aceptar el silencio ha pagado con la destrucción de su familia. Me niego a cogerla de la mano en sus últimos momentos, no se lo merece. Además, al romper el silencio rompo una dinámica familiar. No sé si mis hijos o los hijos de mis hijos sufrirán abusos sexuales por personas cercanas o por parte de desconocidos, lo que sí sé, es que no se les hará sentir culpables por lo sucedido, ni una pesada lápida llamada silencio caerá sobre sus espaldas destrozando su vida.

Las estadísticas dicen que 1 de cada 5 niños sufrirá abuso sexual antes de cumplir 18 años. Que en la gran mayoría de los casos el agresor sexual pertenece al círculo de confianza del niño. Que son abusados tanto niñas como niños, el hecho de que el porcentaje de niñas sea ligeramente superior no implica que si tenemos un hijo varón no pueda ocurrirle. Los abusadores pueden ser tanto hombres como mujeres, el hecho que el porcentaje de abusadores varones sea mayor no debería hacernos creer que es un tema de género, puesto que degradamos a las víctimas de abusadores femeninos.

Por último quiero agradecer a todos los que antes de mí habéis dado la cara, sin vosotros no hubiera sido capaz de dar éste paso. Gracias por romper vuestro silencio.

Rosa García

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