Il·lustració © Francesc de Diego

Ilustración © Francesc de Diego

Estoy tratando de reponerme de una nueva caída. Esta vez no ha sido en forma de TOC, aunque sí se manifiestan pensamientos rumiativos. La ansiedad y el estrés acumulado me han producido un estado depresivo importante.

El hecho de haber dejado voluntariamente la ciudad para ir a vivir a un pueblecito bañado por la naturaleza más verde y frondosa que he visto en tierras catalanas, paradójicamente, es una de las principales causas de mi sufrimiento psicológico actual.

Nací y crecí en una gran ciudad. Ciudad que me abrumaba ya de pequeña por sus ruidos y sus ritmos, pero que también disfruté durante mi juventud. Desde hace ya más de una década me provoca de forma amplificada, el estrés que ya de pequeña percibía pero que no lo sabía explicar.

El gris cemento, la suciedad de los orines en el asfalto, el tráfico rápido, agresivo y ruidoso. Las palomas tal cual ratas de ciudad, edificios y más edificios, personas andando serios y con prisas. Demasiadas corbatas y demasiados tacones. Todo esto me desagrada, no es nada amigable, y en cambio sí, demasiado artificial y hostil para mí. Es la clara expresión del capitalismo, del libre mercado. Pues a mí, la ciudad me afecta al Sistema Nervioso, me perjudica a nivel psicológico y me genera un estado de estrés crónico que me va destruyendo.

Por lo tanto, ese fue uno de los motivos por los que con mi familia decidimos marcharnos. Cambiamos la ciudad por el pueblo, un pueblo precioso y rodeado de salvaje vegetación.

De ciudad a pueblo, de piso oscuro, húmedo y cerrado a casa luminosa y abierta al exterior. Me sentía, me siento tan a gusto en el pueblo con su vida más humana y su entorno natural, que de la serenidad reencontrada empezaron a despertarse dentro de mí nuevas ideas, nuevos conceptos y nuevos sentidos, que todos agitándose a la vez, literalmente me dejaron exhausta física y psicológicamente.

Mi trabajo cómo psicóloga sigue estando en la ciudad, por lo que me traslado en tren a la capital. Ante tanta agitación interna que me produjo el cambio,  empecé a sentir un fuerte rechazo hacia lo urbano. Del aire limpio y el olor a tierra, pasaba al aire más denso contaminado, a la calle más cara de la ciudad, llena de tiendas para ricos y extranjeros por todos lados. El choque era tan grande que aunque pueda parecer una tontería, no me veía capaz de pisar aquellas zonas de gente aburguesada y de tiendas de diseño. Del rechazo y la rabia que me producía la transformación del lugar en el que crecí, en la actualidad convertido en un gran parque temático, que se alimenta de dinero y expulsa sin escrúpulos a quienes le falta, empecé a desarrollar un miedo o inseguridad cada vez que me alejaba de mi nuevo sitio, amable y natural.

Finalmente no pude ir más a trabajar, por lo que tuve que pedir la baja laboral. Nuestra situación económica actual es complicada, por lo que siendo trabajadora autónoma y estar incapacitada para trabajar temporalmente, es un desastre para la economía familiar.

El malestar producido por las consecuencias económicas de no poder ir a trabajar, me hicieron sumirme en un estado altamente disfórico. No podía levantarme sin llorar de la cama, permanecía ausente durante el día, no podía disimular ante mi hija, y dejé de hacer todo, no podía disfrutar de nada, me sentía física y mentalmente agotada y sufría y sigo sufriendo de una hipersensibilidad, sobre todo ante los ruidos.

A eso, le sumamos una madre que insiste que yo soy el pilar de la familia y que no puedo caer, no solo por mi compañero sino también y sobre todo por mi hija. Por lo tanto añadimos la frustración de no poder lograr salir y el sentimiento de culpa por no estar a la altura.

Pero, finalmente, parece que estoy empezando a salir del hoyo, aunque hay días en que sigo sufriendo de fuertes e imprevisibles coletazos.

Con el amor y el apoyo de mi compañero y de mis amigos y con un control medicamentoso riguroso, todo ello ha sido clave para que vuelva a realizar los paseos al atardecer por la riera del pueblo, con sus olores y sus fantásticas plantas y meter los pies en el agua del río, el reencuentro con la jardinería y la horticultura.

Si bien, aún perdura el estado de hipersensibilidad y persisten los dichosos coletazos, vuelvo a identificarme conmigo misma. Estoy trabajando para cambiar ciertos aspectos de mi vida que me enferman y sobre todo, vuelvo a alimentar a mi alma con buenas lecturas, campo y música…

La sociedad capitalista en la que vivimos a mi me enferma. Sin embargo, amo a la vida y a la libertad.

Laia Oliva

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