
Soy mujer, madre y psicóloga. Cuatro años después de haber superado un TOC grave, vivo con cierto temor de caer otra vez en las garras de este terrible trastorno.
He decidido compartir mi experiencia porque considero que hay unos puntos importantes que deberíamos tener en cuenta ante un problema de salud mental: todos podemos ser candidatos a padecerla, una madre afectada también puede ser una madre fantástica, y una psicóloga afectada puede ser una muy buena profesional.
El TOC que habitó en mí era exclusivamente a nivel de pensamientos intrusivos y comprobaciones. Todo era interno, nadie lo veía. Aparentemente, era lo que muchos llamáis una mujer normal.
A los 30 años me quedé embarazada, pero nada fue lo que yo esperaba. Al tercer mes de embarazo, mientras leía un libro me quedé enganchada con una frase. Una frase que me asustó y me ató, durante lo que serían los siguientes 4 años de mi vida.
Pasé el embarazo sufriendo, rumiando de forma compulsiva sin parar. El TOC me torturó y jodió el deseado embarazo y los dos primeros años de crianza de mi niña. Fue devastador, yo era mi propia cárcel y no podía escapar de mi misma.
El TOC me secuestró en el baño, ese espacio que se convirtió en mi excusa, guarida en que pasaba horas pensando en cosas horribles, de contenido inconfesable. Esos pensamientos intrusivos me impregnaban el ser y me llevaron a pensar que era una mujer indigna, que debía irme de casa y dejar a mi hija sola con su padre, que me tenía que aislar en algún lado porque era despreciable… o ser encerrada.
Todo esto con un ser creciendo en mi interior, mi bebé querida, niña de mis entrañas… mientras otro ente monstruoso se había infiltrado en mi cuerpo y luchaba por destrozarme.
Dos seres dentro de mí. La vida y la destrucción. Madre novata acariciando mi vientre constantemente, tratando de transmitir a mi bebé un atisbo de paz desde fuera. Porque desde dentro era imposible.
El infierno estaba oculto. El TOC interfería en mi trabajo y en las relaciones, aunque lo disimulaba con aparente éxito, excepto con mi compañero. Le preguntaba a cada momento si yo era aquello tan terrible que el TOC me decía que era, necesitaba que me convenciera, y aunque lo intentaba, nunca lo conseguía. El monstruo era insaciable.
Todo mi embarazo acudiendo 2 veces por semana a mi gran psicólogo y maestro existencialista y seguía sin poder librarme del infierno que era mi cabeza.
Parí, y vi a mi hija con los ojos del TOC. Pensaba que sus lloros y su fuerte temperamento eran debidos a mi sufrimiento, a la ansiedad que le transmití. Sin fuerzas ni vida alguna le daba todo mi amor, que era tanto…
Al año no podía más. Había pensado varias veces en darme golpes en la cabeza e incluso en el suicidio. Necesitaba que mi cabeza se rompiera en mil pedazos, por mi hija no lo hice.
Entonces dije basta, decidí renunciar a seguir amamantando a mi bebé en contra de mi voluntad, para poder medicarme y escapar de la locura. Dar el pecho había sido lo más grande e intenso que he vivido nunca. Aquella simbiosis y ternura tan perfecta, me acuerdo como si fuera ayer de la última toma, no podía reprimir las lágrimas.
Sin saberlo me esperaba otro año terrible. No respondía a los tratamientos y encima tenía que oír reproches achacando a la decisión de amamantar sin medicarme que el TOC se hubiera cronificado. A la tormenta interminable de sufrimiento personal se sumaba la culpa. Pero en realidad nunca me arrepentí de haber dado el pecho durante un año a mi pequeña, mi compañero siempre se mantuvo a mi lado en esta decisión.
Diferentes fármacos: unos físicamente me engordaron, otros me afectaron a nivel cognitivo y me dejaban atontada (como autónoma y cotizando lo mínimo no podía permitirme coger la baja laboral). No respondía a los estímulos, me costaba acudir a mi hija si se caía. Era como ver una película a cámara lenta, hasta mi mirada se perdía en el horizonte y mi voz calló. Dejé la medicación.
Al borde del abismo llamé a una amiga llorando desesperada. No aguantaba más. Se lo conté todo. Me convenció de que sacara a la luz mi problema y de que hablara con los profesionales de salud mental del centro en el que yo trabajaba. Durante todo aquel tiempo me había negado esta posibilidad. ¿Qué pensarían de mí? ¿Me seguirían viendo como una psicóloga válida? Me sentía tan vulnerable…
Pero era la carta que me quedaba y la utilicé. Me abrí en canal y expliqué mi infierno. Recibí amor, comprensión y apoyo incondicional. Empecé a liberarme de mi tabú y se lo expliqué a mis amigas, que me apoyaron tanto…, me sentí recogida y en parte liberada.
Los psiquiatras dieron en el clavo, al fin un tratamiento que apenas me causaba efectos secundarios y que en cambio iba alejando la diabólica sintomatología de mí. Empecé a ser yo otra vez; a querer genuina, intensa y profundamente a mi niña; a curar la relación de pareja, deteriorada por la enfermedad.
Actualmente he descubierto vías diferentes que si en aquel entonces hubiera conocido me podrían haber ayudado, entendiendo el trastorno como síntoma de una sociedad enferma.
Fue el apoyo y el amor de los míos, junto con la medicación adecuada, la que me permitió volver a vivir, salir de la oscuridad más terrible.
A día de hoy, he aprendido del TOC y sé que uno puede salir del fondo y más oscuro de los pozos, yo también lo he experimentado en mis carnes.
Sí, soy mujer, madre y psicóloga.
Laia Oliva