
El desencadenante de mi brote psicótico marcó un antes y un después en mi vida. Fue a partir de entonces que se empezó a desarrollar mi tipo de trastorno: el trastorno esquizoafectivo.
Aquella idea, aquel pensamiento, aquel delirio era totalmente creíble y la enfermedad o el trastorno se lo inventó para que creyera totalmente legítimo lo que se me pasaba por la cabeza.
Y lo sabía pero no lo sabía. Sabía que le estaba dando rienda suelta a algo, que, a partir de entonces algo se podía desarrollar en mi cabeza sin encontrar ningún impedimento. Pero como no había pasado por nada parecido antes, me aventuré en averiguar qué era.
Y porque al principio molaba, pensar que puedes salvar a la gente, pensar que puedes hacer milagros, pensar que puedes ser el enviado del apocalipsis… mola.
Y si encima tienes una idea o te ha pasado una situación que lo legitima, es decir, un desencadenante, el desarrollo del brote es simplemente imparable.
Os lo podría explicar más detalladamente, pero es que eso no importa, porque en cada persona será completamente diferente. Me gustaría que mi definición de desencadenante se quedara en aquel tipo de pensamiento que puede hacer que tu mente desarrolle esa idea hasta el infinito, hasta el máximo de lo que llega tu cabeza, sin que tú seas el dueño de ese desarrollo, y que trae consecuencias negativas, claro.
Creo que lo que importa es saber cuál es el objetivo de lo que me pasó. En mi caso, tengo la suerte de que el objetivo que desencadenó mi brote siempre ha sido el mismo: hacerme creer que he salvado a gente de la muerte, para así pensar/desarrollar esa idea hasta el infinito: que si puedo ser un salvador, el enviado del apocalipsis, etc., y así los he podido detectar.
Al principio no pensaba que me podía traer consecuencias negativas, pero como he escuchado en alguna película: “Todos los poderes conllevan una responsabilidad”. Todo bienestar que me puede producir mi enfermedad o trastorno conlleva un sufrimiento, y este suele ser bastante superior que los ratos de bienestar.
Al principio es mayor el bienestar que el sufrimiento, pero cuando la enfermedad o el trastorno se apoderaron de mí y ya no hubo manera de pararlo, ya solo había sufrimiento.
Así que, si alguna vez, alguien que haya leído estas palabras o que no las haya leído, se da cuenta de que puede dar rienda suelta a algo en su cabeza y lo evite, realmente me quitaré el sombrero ante él, porque es muy difícil resistirse a no querer conocer lo desconocido, o al menos, lo fue para mí.
La idea de este artículo ha surgido a partir de haber tenido otro motivo, diez años después del primero, tan claro como fue el que me causó el primer brote psicótico. Ha habido más circunstancias a lo largo de mi vida, pero han sido tan leves que mi cabeza ni tan siquiera se ha parado a pensar que podían desencadenar en un brote. Ha sido a partir de este último, que ha sido tan claro, que he identificado otras experiencias como leves brotes. Así que bueno, uno se va a acostumbrando, se va haciendo a la idea, de que tiene algo en la cabeza que va a ser capaz de inventar algo totalmente creíble y convincente para conquistarle.
Ayuda muchísimo a combatir esto, para mí, aquella primera experiencia que tuve, ya que todos los principios de brotes han sido similares. La medicación, supongo, que hace que no me den escalofríos ni ataques de ansiedad al pensar depende qué cosas. Y la evidencia de que lo que me pasa es una enfermedad mental o un trastorno, que surge de saber que lo que pretende ese algo que hay en mi cabeza, es siempre lo mismo: que me crea el enviado del apocalipsis.
O cualquier variedad en la que se puede convertir el concepto de enviado del apocalipsis: la reencarnación de Buda, por poneros el ejemplo más suave de lo que se me llegó a pasar por la cabeza.
¿Positivo? ¿Se puede sacar algo positivo de esto? Pues he logrado sacar algo positivo de esta última experiencia.
He estado viviendo estos diez últimos años, desde que me dio el brote psicótico, con miedo. Miedo a tener alucinaciones tanto auditivas como visuales, miedo a interpretar equivocadamente la realidad… En definitiva, miedo a cualquier pequeño síntoma que podía ser característico de cualquiera de los trastornos que sufrí durante el brote psicótico.
Pero ahora sé, a partir de este segundo claro desencadenante, que ninguno de estos trastornos puede volver a aparecer, que el brote psicótico no puede volver a aparecer, sin antes sufrir un principio que lo desencadene.
Así que toca estar alerta. Ahora toca aplicar todas las estrategias que he ido forjando durante estos diez años “gracias” al miedo, para que el brote no se desarrolle en mi cabeza. Sí, siento que estos diez años, aunque he vivido con incertezas, no han sido en vano: Estrategias forjadas, desencadenante detectado. Gracias a estas estrategias sé lo que tengo que hacer después de haber detectado lo que me pasa. Ahora sólo tengo miedo a que cuando aparezca otro motivo que desencadene un brote, no sepa identificarlo como tal.
Alfonso Gálvez