
Considero que mi brote psicótico fue complejo, supongo que como todos los brotes psicóticos o, incluso, como todos los trastornos. Supongo, también, que la diferencia entre unos y otros es el tipo de complejidad. En este artículo intento explicar el tipo y el nivel de complejidad de mi brote.
El brote me hizo pensar que podía ser el enviado del apocalipsis, divino, que no había habido nadie nunca como yo, que estaba en las escrituras mi llegada, que todo estaba predestinado para que yo lo viviera, en fin, que tenía unas características muy superiores a las del resto de mortales.
Creo que con el fin de que, cuando necesitara ayuda, pensara que nadie me podía ayudar porque nadie podía haber pasado por lo mismo que yo, por lo infinitamente único que era, y no la pidiera. Y, en caso de pedirla y recibirla, pensara o sintiera que no me servía.
El brote fue tan complejo, que me hacía sentir bien lo justo para hacerme sufrir todo lo que pudiera. Así, al principio del brote psicótico, los tiempos en mi cabeza se dividían en 90% euforia, 10% depresión. Y al final de los seis meses que duró, los tiempos se dividían en 5% euforia y 95% depresión.
Así, el brote, siempre me daría un poquito de bienestar (euforia) para retenerme. Al final, me mantenía en la depresión o en el brote con la esperanza de que algún día me iba a volver a sentir 90% eufórico y tan sólo un 10% en la depresión o sólo un poquito más eufórico. Sentirse tan eufórico… tanto que piensas que puedes ser el enviado, era como una adicción, quería volver a sentirme así. Y así era como, aún sufriendo muchísimo, seguía en brote porque sólo podía volver a sentir la euforia, sentirme el enviado, estando en brote.
Pero renuncié hasta a ese poquito de bienestar porque pensaba que todo estaba ya perdido. Me di cuenta de que ya casi sólo estaba en depresión. Ya no quería ser el enviado del apocalipsis. Me resigné a estar en lo más profundo del pozo y no querer sentir euforia. Y lo logré. Estuve ahí abajo un tiempo sin sentir euforia, y fue cuando me di cuenta que había renunciado, sin querer, al chantaje del brote psicótico.
El chantaje era: si no sigues en brote o en la depresión, no volverás a sentirte eufórico, a sentirte el enviado, único, inalcanzable.
La enfermedad me ofrecía hasta ser el enviado del apocalipsis a cambio de hacerme sufrir. Reconozco que en mi caso fue fácil reconocer el chantaje que me hacia la enfermedad, por esta causa tan descarada, tan fácil de ver. Pero tuve que ir bajando escalones e ir rechazando todos los demás chantajes que me hacía: ser único, complejo, inalcanzable, etc. Reconozco también que fue fácil después de haber rechazado el primer chantaje.
Pero había más. Mientras duraba el brote, sólo pensaba en ser la misma persona que antes. Creo que era el propio brote, el que me hacía pensar eso. Que recuperarme, superar al brote, era volver a ser la misma persona de antes. Creo que eso le interesaba a la enfermedad, porque aquella persona estaba consumida por el trastorno y no podía salir y, en caso de recuperarme siendo la misma persona, la misma persona podía volver a caer en el trastorno como ya había pasado una vez. Por eso me hacía pensar que no tenía que cambiar, que no tenía derecho a la evolución. Indirectamente, me chantajeaba diciéndome que si no aceptaba al trastorno, que si no dejaba que siguiera en mí, no sería el mismo.
Así que no creo que apareciera otra persona en mí. La persona que aparecería después del brote psicótico respondía a la evolución natural de la persona que había atravesado un brote psicótico. Era el mismo, pero evolucionado. Era el mismo de antes, pero con la experiencia del brote psicótico, sólo que, mientras estaba en brote, me parecía que renunciar al trastorno era renunciar a mí, porque la enfermedad se había apoderado de mí.
Así pues, para dejar atrás el brote psicótico, primero tuve que pensar que renunciaba a mí, pero en realidad, sólo estaba renunciando al trastorno. No tuve que ser el enviado del apocalipsis, no tuve que ser divino, no tuve que ser complejo, no tuve que ser único, etc. Tuve que llenarme de humildad, rechazar todo aquello que me ofrecía y decirle:
“No gracias, no quiero ser divino, no quiero ser complejo, no quiero ser inalcanzable, nada de lo que me puedas ofrecer me hace falta. Sé que lo haces para que no pida ayuda, para hacerme sentir que no puedo ser ayudado, por lo único e irrepetible que soy. Sé que lo haces para que en caso de que reciba ayuda, esa ayuda no sienta que me sirve”.
Por último quiero aclarar que, finalmente, creo que a lo único que renuncié fue a lo que me ofrecía el trastorno, y la evolución de la persona sólo me ha cambiado para aprender a decirle que no, a lo que me ofreció el brote. Claro que soy una persona única e irrepetible, pero no tanto como para que nadie me pudiera ayudar. Claro que hay personas que ojalá no cambien nunca, pero yo, una pequeña cosa sí que tuve que cambiar. Me parecía necesario explicar que, en mi caso, el trastorno vestía de Prada.
Con la esperanza de que nosotros seamos únicos e irrepetibles, pero los trastornos no y, así, este artículo pueda servir de ayuda a alguien, me despido hasta otro artículo o, si queréis: hasta mi libro, que le quedan dos meses para salir.
Alfonso Gálvez