
Tengo 36 años y todavía no he encontrado, aunque no lo busco, el amor perfecto. Y es que ése es el problema, creo yo: buscar la perfección, no existe.
Es contradictorio para algunos, pero: ¿Y lo maravilloso que es la imperfección? Es decir, el ser humano está lleno de contradicciones y sentimientos que a veces uno mismo ni entiende ni comprende ni sabe cómo expresar. Incluso nuestros pies no son iguales: tengo una talla del 35,5 en el pie izquierdo y una del 36 en el derecho.
Hablando de sentimientos, no olvidemos que esos están dentro de nuestro cuerpo, que por lo menos una servidora no olvida, aunque no niego que durante años lo olvidé. Os parecerá una nimiedad pero para mí es importante también… Lo que quiero decir es que ahora mismo me duele la espalda al pasar al PC lo que he escrito: me duele la pierna izquierda y la humedad se mete en mis huesos. Y si le añades que he dormido poco: más leña al fuego… De vez en cuando hago movimientos de espalda para aliviarla. Escribía, antes, con la mano derecha y me dolía la muñeca, pero me satisfacía tanto que no paraba de escribir mientras intentaba relajarme, y escribía de manera más sosegada sin apretar tanto el bolígrafo (ya no uso lápiz ni goma). Ya se sabe: errar es humano y eso es bueno también.
Llevo, desde bien pequeña, buscando la perfección. Asumir y aceptar que no todo es blanco o negro me cuesta, pero día a día he ido viendo que hay una paleta de colores infinita. Levantarse, para algunos puede ser un reto, un lastre e incluso una rutina. Pero, si abrimos los ojos y suena el despertador de nuestro reloj interior, entenderemos lo bonita que es la vida, los animales, las plantas, la naturaleza en sí misma e incluso la bata que llevo ahora mismo, que con el frío que hace por la lluvia del mes de abril, es bien suave, aterciopelada y de color granate.
Semanalmente iba al hospital para hacer revisiones del ojo vago (lo que ahora se llama estrabismo). No lo consideré así. La verdad es que trabajó tanto que se corrigió a base de prismas y ejercicios visuales. A los 9 años viví la muerte de mi padre y los médicos han sido una constante. Mi abuelo era practicante y toda mi familia siguió la tradición. Los hospitales para mí son entrañables. El olor de hospital me recuerda a mi padre… las visitas al antiguo edificio modernista de Sant Pau de Barcelona, visitas a mi familia que han trabajado durante más de 10 años en hospitales. Con deciros que en las reuniones familiares se hablaba de operaciones, en vez de sobre el tiempo…
Cuando parecía que esa niña ya podía seguir buscando la perfección llegó la adolescencia y a los 17 años me diagnosticaron Esclerosis Múltiple. Dos años más tarde tuve mi primer brote psicótico. Después de muchas visitas médicas me diagnosticaron un trastorno mental, pero no ingreso en ningún hospital desde hace más de 10 años. Como dice la canción de Amparanoia: “seguiré caminando, seguiré soñando aunque me duela…”
Hace un año conseguí ser pensionista, después de estar trabajando desde los 18 años, y ahora intento llevar una vida activa, pero en su medida, que si no me embalo y mi cuerpo se resiente. Lo que pretendo con este escrito es deciros que amemos esta vida tan paradójica y que activemos nuestro despertador del alma.
Virgínia Carril