Il·lustració © Mireia Azorin

Ilustración © Mireia Azorin

¿Cuánto hemos aprendido de los trastornos  mentales desde hace treinta años hasta ahora? Mucho, muchísimo, diría yo. Inexplicablemente y  de manera proporcional hay gente que se ha vuelto más ignorante en el tema, por su incapacidad de ponerse al día de los avances científicos. También es verdad que cuanto más descubrimos, más interrogantes se nos plantean, es otra manera de estar en la inopia.

Primero, nuestra ignorancia y desconocimiento sobre el trastorno que nos han diagnosticado nos hunde en una profunda incertidumbre, de la cual no salimos casi nunca bien parados.

Después está la ignorancia de la gente, sobre todo la de aquella que nunca ha sido diagnosticada de una disfunción mental, a la cual no le expliques  que sufres una depresión, y que te sientes así o asá, porque lo primero que pensará, si estás trabajando, será: “Vaya, otra vez quiere la baja y no sabe cómo hacerlo”. Tal vez no te lo diga en voz alta, pero me juego 1€ a que la mayoría tiene esta clase de elucubraciones.

Tanto para nuestra propia ignorancia, como para la de la población en general, hay remedio. Ante nuestro propio desconocimiento, es fácil arrojar un poco de luz a nuestro oscurantismo leyendo, estudiando, recabando información; en definitiva poniéndonos al día en lo que se refiere a nuestro desbarajuste. Eso dependerá de las inquietudes de cada individuo, pero yo os aconsejaría no quedaros en los preliminares, sino seguir paulatinamente y con cierta perspectiva temporal, escudriñando en nuestra patología.

Otra cosa es la ineptitud de la gente, la cual se puede mejorar,  dando información, sensibilizando a la población más joven, etc. Cosas que realmente ya se está haciendo.

De las dos inconsciencias, la de mayor peligro para nosotros es la primera, la propia, pues yo puedo en un momento dado pasar de la persona que piensa que no quiero ir a trabajar, y restarle importancia al asunto con un: “Que te den”. Pero sí que me enerva cuando hablando con algún usuario, le pregunto sobre su patología o diagnóstico, y me responde con un: “Lo mío es cosa de los nervios…”, dejándome desarmado para seguir preguntando o interesándome por su situación.

Este preámbulo no es más que un aperitivo, para entrar ya en lo que considero un combustible altamente inflamable para el estigma y el auto estigma en la salud mental. Éste no es más que el miedo. También de los dos lados de la población, la que tiene y la que no tiene o no ha sido diagnosticada. Hablaré primero del miedo de la población “normal” (si es que hay alguien que se pueda considerar como tal), que es el menor de los males, pues son prejuicios y falacias que se han ido creando alrededor de las personas usuarias de los servicios de salud mental.

Creo que el miedo de las personas “normales” es un miedo que no es real, pues se basa en confabulaciones, en mitos o leyendas urbanas. El pánico que sienten algunas personas es proporcionalmente equivalente a su ignorancia en el tema. Y eso se puede corregir de la misma manera que la ignorancia, dando información y sensibilizando a la gente.

Otra cosa es el miedo que tenemos nosotros, hacia nosotros mismos debido a nuestro “desorden mental”. Y este señores es el más peligroso y el que me ha llevado a hacer está disertación. Como sabréis hay personas, ya sean diagnosticadas de esquizofrenia, de trastorno bipolar, etc., en las cuales el miedo es el factor común; es decir, durante un brote psicótico han manifestado diferentes tipos de miedo. Miedo a hacer daño a alguien; sentir pánico de sus propias ideas o pensamientos (alguien me quiere disparar);  miedo desorbitado a diferentes elementos, como pueden ser los relámpagos en una tormenta; o miedo a perder un ser querido, por poner unos cuantos ejemplos. Este miedo sobrenatural, a veces sin fundamento, que nos viene de dentro, es demoledor y creo que es una causa, más que de estigma, de autoestigma

Es un miedo que nos hace creer a nosotros mismos que somos diferentes, que la gente nos ve desde otra perspectiva. ¿Cómo le voy a hacer entender a una persona que nunca ha tenido delirios, que yo he estado muerto de miedo, encerrado en casa, pues había unos asesinos que iban a por mí? Claro, yo sé que no es real cuando desaparece el delirio, pero mientras lo vivo, tengo dos tipos de miedo, el que me acucia en ese momento y el que me sobreviene más tarde, pensando en lo que puede pasar si me llega otro delirio.

Y ese miedo está ahí presente, tanto cuando estás en brote como cuando estás sin él, pues piensas en lo que puede devenir, incluso ese miedo puede convertirse en paranoia.

No es valiente aquel que no tiene miedo, sino el que sabe conquistarlo”. (Nelson Mandela).

No nos quedemos en una zona de confort, donde estemos cómodos, sin riesgos, afrontemos y conquistemos, no los miedos delirantes ante los cuales poco podemos hacer, sino los miedos que nos causan esos “miedos”, el autoestigmatizarnos pensando que no saldremos de esta, que ya no volveremos  a ser como antes, que ya no encontramos sentido a la vida,  que no valemos para nada, esos miedos irracionales que hacemos nuestros y que no nos llevan ni aportan nada bueno.

Decía el actor Robin Williams: “Las cosas que más tememos ya nos han ocurrido en la vida”.

En la vida tenemos que ser prudentes, ir poco a poco en nuestra andadura por ella, pero los miedos no han de ser un impedimento para recorrer ese camino. Creo que los miedos nos enderezan la espina dorsal y nos hacen más fuertes, cuando hemos logrado superarlos. Sólo conozco una manera de vencer al miedo y es enfrentarme a él.

Josep Franch

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