Il·lustració © Sergi Balfegó

Ilustración © Sergi Balfegó

Hace poco he cumplido 50 años. Durante mi vida ha habido episodios que han conformado mi personalidad, mi carácter, mi trastorno. Ahora no hay nada a hacer, pero en los momentos clave he notado la soledad de a quién se le envía al psiquiatra y se le hace tomar unas pastillas, sin cambiar para nada las condiciones del entorno. Ahora estoy triste, de hecho muchas Navidades lo estoy, porque desde el inicio de los síntomas nadie entendió nada, ni quiso entender nada, tan solo tenían claro que quién había de cambiar el mundo solo era yo. Las personas de mi entorno seguían igual, aisladas del mundo y aislándome a mi; hecho que tendría consecuencias en mis 25 años de vida laboral.

Sufro Trastorno Bipolar, también llamado el trastorno de la afectividad. Las empresas no quieren saber nada de los que estamos diagnosticados. Si se dan cuenta, se inventan cualquier escusa para despedirte. Eso me ha sucedido ocho veces, aún teniendo una titulación superior. ¿Mala suerte? No. Desde casa no se cuidó mi vida emocional, y yo trasladaba mis emociones al trabajo. Y el trabajo no es el mundo de las emociones. Lo son la pareja, los amigos, la familia… pero el trabajo no.

También hace falta considerar como interpretaron mis acciones en el trabajo: normalmente, las consideraron como un desafío a la autoridad, un abuso de confianza, de locuacidad… cuando he llegado a un lugar de trabajo me he encontrado con muchas tensiones dentro de aquella sección, tensiones que desconocía y que muchas veces su origen era remoto, pero que influían muy negativamente en mí.

Y cuando no te encuentras bien, nadie pregunta, ni explica nada. Simplemente eres un estorbo y se te echa. Eres el peldaño más débil y sirves de ejemplo a los otros. Si tenia una baja por depresión, la sentencia era definitiva, tenías la carta de despido encima de la mesa a la vuelta.

Todo eso, tan doloroso, se podía haber evitado. Sólo era necesario un poco de comunicación y saber preguntar y escuchar. Pero los “hombres” de la generación anterior tan sólo saben escalar, mandar y humillar. Espero que los hombres y mujeres de la siguiente generación lo entiendan. Seguramente, sí. Muchos lo habrán vivido de muy cerca. Puede ser que, incluso, dentro de su propia familia.

Enric Vives

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