
Estudia, sigue estudiando, trabaja, no te engordes, haz deporte y hazlo mejor que nadie…
Son frases del éxito. O podrían ser, en mi opinión, la muestra de la tortura que supone convivir con un alto nivel de perfeccionismo con una misma. Tortura porque no siempre llego a cumplir estos objetivos y me frustro mucho. Tortura porque, ¿para quién es necesario ser siempre mejor? Es como si lo viera muy claro… pero me resulta imposible de cambiar.
Y son mil ejemplos que desde hace unas semanas trato de cambiar. Dicen que el primer paso es darse cuenta. Pero mi mente ultra perfeccionista ya estaría: “¿Cuándo empiezo a cambiar? ¿Qué hago primero?” Y si no soy constante, pienso: “Eres insegura, es la enfermedad mental”. Es decir, o me machaco irracional y exageradamente, o me excuso y escudo en mi diagnóstico, que poco tiene que ver.
Hablarlo con compañeras/os y amigas/os me ha ayudado a entender el por qué de tanta exigencia; y sobre todo, a entenderme y aceptarme, a quererme y a, en cierto modo, celebrar mis derrotas, no solo mis éxitos.
Mi intención aquí no es dar unos puntos clave para combatir la autoexigencia, sino hacer una breve y siempre personal reflexión sobre el camino de la perfección relacionado con la salud mental.
Siempre he sido una persona muy exigente. Si a alguien tenía que juzgar era a mí misma. No asimilaba bien los errores, sobre todo por la vergüenza ante los demás… De más mayor, puede que de la mano de un estrés en dosis alta hasta extremos me haya llevado también a perder en momentos mi salud mental. Influyendo aun más en mi autoestima. Es cierto que siempre, en menor o mayor grado, he pensado así, pero también que hay causas externas que han desarrollado en mí estos mecanismos psicológicos.
Y aun sin establecer una causa, ya que no todo depende de un único factor, me quedo con que no quiero más darle la mano a esa forma de pensar que me eleva a límites desbordantes de perfeccionismo y culpa por no poder abarcarlo todo.
Como conclusión, en mi caso una dosis de humor, de comprensión y de recordar que hemos nacido para ser humanos, no perfectos ni robots, me ayudará a verme a mí misma y a mi entorno de otra manera. Más brindar por los errores, relativizar y no pensar tanto. Vivir el momento y respirar.
Respiremos por nuestra salud, fluyendo con nuestras emociones y vivencias.
Laura Jareño