Fotografia © Xavier Almirall

Fotografía © Xavier Almirall

Hace más de 20 años que tengo depresión. He intentado estudiar y trabajar durante muchos años. Hasta que me dieron la incapacidad permanente absoluta y, con ella, un buen montón de nuevos problemas. Y es que nunca me había planteado qué necesitamos las personas para sentirnos bien.

Se supone que cuando uno tiene un trastorno mental sólo debe ir al psiquiatra y/o al psicólogo y ya está. Pero con eso no hay suficiente. El hecho de no poder trabajar dejó patente que necesitaba dedicar tiempo a una actividad que me llenase. Y esta actividad fue difícil de identificar hasta que encontré diferentes formas de activismo. Me quedó claro que, como yo, todos necesitamos aportar a la sociedad de alguna manera. Necesitamos sentirnos útiles.

Además, a mí me gustaría aprender cosas nuevas. Creo que como a casi todos. Y aunque con la discapacidad tienes descuentos, resulta caro estudiar. Todavía más si tenemos en cuenta cómo son de exiguas las pensiones. Ya no podía permitirme ir a academias, cursos o carreras universitarias. Inocente, fui a preguntar al Servei d’Ocupació si podía hacer cursos. Pero están reservados para los demandantes de ocupación. No conozco ningún curso para personas con discapacidad que tenga un nivel un poco elevado. Con lo cual también se me cerró la oportunidad al aumento de autoestima y los beneficios cognitivos que supone aprender cosas nuevas.

Ni siquiera tengo derecho a vivir sola. Con mi pensión sólo puedo escoger entre alquilar un piso o comer. De manera que estoy relegada a depender de mi pareja o de algún familiar. No tengo derecho a la independencia porque tengo un trastorno mental. Y eso me hace enfadar.

Por no hablar de cuando por cuestiones económicas, en vez de médicas, el ICAM me retiró la pensión. En esos momentos sentí que me retiraban el derecho a vivir. Porque sin la posibilidad de trabajar ni tan solo habría podido comer si no me hubiese mantenido económicamente mi marido.

Y no puede faltar la necesidad de relaciones sociales. Unas relaciones sociales que, prácticamente, se ven restringidas a las personas que, como yo, tienen un trastorno mental. Y no me quejo de ello. Sin estas relaciones estaría muy sola. Pero la gente que no tiene un trastorno mental, generalmente, no entiende tus crisis y termina alejándose. No siempre, pero sí demasiadas veces. Y resulta doloroso, porque eres un miembro de la sociedad tan válido como el que más. Falta mucha comprensión.

Por eso, cuando alguien me habla de recuperar mi bienestar y sólo se refiere a cuestiones de salud, me indigno. Yo sé que mí bienestar se compone de muchos aspectos. Y no dejaré de lado los aspectos que he mencionado. Son imprescindibles para todos y cada uno de nosotros y, a buen seguro, que hay más.

Andrea Quintana

Comentarios: