
Hubo un periodo de mi vida en que no podía más, todo me sobrepasaba, todo me venía grande, me sentía muy perdida, no encajaba en ningún sitio, se me descontrolaba todo, veía que se me iba de las manos. Mis emociones me desbordaban, no podía sentir, y la única manera que tuve para expresar ese malestar fue mediante las autolesiones. Esa era la única manera que yo tenía para sentir, para conectar con el mundo, con la realidad.
Cuando me sentía mal tenía que castigarme, y así aprendí a liberarme de la culpa. Empecé primero dándome golpes, cuando estos no fueron suficientes, tuve que buscar algo más fuerte, pasé así de los golpes, a los cortes, y de estos a las quemaduras; de ahí que parte de mi cuerpo ahora esté quemado. Aún guardo esas cicatrices a día de hoy como recuerdo de esta mala etapa de mi vida. Ahora digo que yo viví una guerra: “mi propia guerra”.
La gente no suele entender para nada esto de la autolesión, incluso nos tachan de querer llamar la atención, y no, pocas veces se hace para eso. No somos niñas mal criadas que queremos llamar la atención, no. Si queremos llamar la atención, hoy en día nos ponemos falda corta y enseñamos el culo, ¡O nos pintamos el pelo de color rosa! ¡Por favor!
Si nos hacemos daño es porque nos llegamos a sentir tan mal con nosotras mismas que no aguantamos más ese sentimiento de culpabilidad, ¡y tenemos que castigarnos! Necesitamos un “break”, un respiro, un alivio de ese malestar con el que lidiamos cada día de nuestra vida. En nuestra cabeza no paran de bombardearnos mensajes tales como: “no me lo merezco”; “eres una mala persona” y cosas similares; incluso llegamos a pensar que merecemos ser castigadas, o que nos merecemos todo lo malo que nos está pasando, o incluso que no nos merecemos que nos pasen cosas bonitas, o que nos traten bien.
Todo esto, más una baja autoestima; porque nadie que tenga una buena autoestima es capaz de auto-infringirse daño hacia una misma; es decir, ninguna persona que tenga una buena imagen de sí misma; o que se quiera y se acepte tal y como es, no se llega a hacer esto.
También utilizamos la autolesión, como ya comenté anteriormente, como método de evasión, como distracción, para evadirnos de nuestro malestar emocional… es decir, que preferimos sentir el dolor físico (la autolesión, ya sean golpes, cortes, etc.), antes que seguir sintiendo ese dolor emocional que tanto nos supera. Es como nuestra válvula de escape.
Pero también está el otro lado, que se haya perdido la capacidad de sentir… es decir, que estás tan en tu mundo, que ya “ni sientes ni padeces”, y llegas a un punto en que tienes tal necesidad de sentir algo, que cualquier cosa te sirve. Necesitas algo que te conecte con la realidad, que te haga sentir, ya da igual lo que te produzca en sí, si es malo o bueno, pero necesitas sentir algo. Estás como muerto, no tienes sentimientos. “La mujer de hielo” me decían. Te dicen “blanco”, pues “blanco”; “negro”, pues “negro”. Como dice la expresión catalana: “Te da igual ocho, que ochenta”. Llega un punto en tu vida que te da igual todo. Quizás es porque estás tocando fondo en esos momentos. Es tanta tu necesidad de sentir, que haces cualquier cosa llegando a utilizar la autolesión, para hacerte sentir algo; al menos que estás “viva”, que tienes sentimientos… que de la otra forma estás muy “ida”.
A día de hoy, estoy totalmente recuperada en cuanto al tema de las autolesiones. Me manejo estupendamente con mis sentimientos, sé identificar qué siento y por qué siento lo que siento, y también me enseñaron que negar los sentimientos no es bueno. Si algo no me gusta, lo digo. Es mejor expresarlo verbalmente que no mediante mi cuerpo, o alguna otra conducta patológica de las que están en la orden del día. Si tengo que chillar, chillo; si me enojo, pues me enojo, y no pasa nada; si estoy contenta, lo muestro; si tengo que llorar, lo hago; pero ya no me callo ningún sentimiento, porque tapar sentimientos no es nada bueno y se paga un precio muy alto.
También me ayudó mucho para parar esta etapa el ponerme firme conmigo misma, y ver que no podía seguir así. Yo misma me dije un día: “hasta aquí hemos llegado Nina”; y “esto se acabó”, porque ya había llegado un punto en que ya no podía hacerme más daño. No tenía sitio ya donde poderme quemar más. En urgencias ya me conocían. Tenía que acudir a que me curasen las quemaduras que se me complicaban. Ahí ya empecé a tomar conciencia de que eso no podía continuar así. También porque, de vez en cuando, iba recibiendo algún que otro toque del exterior por parte de mi padre, que se puso duro conmigo, y me puso los puntos sobre las “íes”; en aquel momento lo odié, pero ahora veo que fue muy necesario. No desearía nunca tenerme que ver en su lugar. Y él aún siempre me recuerda “que Dios no te de una hija que se haga daño como tú, porque sabrás lo que es sufrir…”, ahora, con la cabeza más lúcida, empiezo entender muchos de sus comportamientos, que por aquel entonces odié y maldije.
Lo que más importa es una buena terapia individual, un buen profesional que te escuche, que te comprenda, que te apoye, que le tengas confianza, que no le tengas que mentir, que confíes en él, y que confíe sobre todo en ti, porque si no confían en ti… no tienes nada que hacer. Sobre todo esto, que confíen en tu recuperación.
Nina Febrer