Fotografia © Elena Figoli
Curioso y terrible el estigma que sufre la víctima del golpe, la herida, la tragedia o la enfermedad; curioso y terrible el estigma del término mal asignado e interpretado. Definición de víctima según el diccionario: “Persona o animal sacrificado o destinado al sacrificio. Persona que se expone u ofrece a un grave riesgo en obsequio de otra. Persona que padece daño por culpa ajena o por causa fortuita. Persona que muere por culpa ajena o por accidente fortuito”.
Indaguemos un poco más en el término y las justificaciones sociales asignadas a él. Se habla de persona o animal sacrificado o destinado al sacrificio, algo que encierra cierto carácter voluntario o al menos no una respuesta firme contra el golpe, se habla también de persona que se expone —o peor aún, que se ofrece— al daño y también se utiliza la palabra “obsequio” y “culpa”. Analicemos la totalidad de este discurso. Es el ser humano el que destina a sacrificio a otra persona o animal, por tanto es una decisión consciente de alguien contra otra persona, curiosamente se asigna con desprecio y un carácter absolutamente peyorativo el término víctima a quien sufre, insisto, sea golpe, enfermedad, tragedia o sufrimiento alguno —en mucha ocasiones impuesto por otros, ocasionado por otros o por otros elementos como la enfermedad— y curiosamente se habla de alguien que se ofrece a dicho sufrimiento en forma voluntaria. Fijémonos bien en cómo este discurso oficial ha calado hondo en la sociedad, el pueblo y también la profesión médica (al igual que otras). Se acusa por tanto a la persona que sufre o ha sufrido de ser una víctima por una especie de omisión o sumisión. No se habla en momento alguno del valor de esta persona que sufre, que con toda seguridad ha peleado y pelea contra una situación dura, grave, injusta. Se habla de la víctima con cierto paternalismo, como ser indefenso, cuando realmente es quien sobrevive al golpe (quien golpea o hiere o insulta es realmente el sumiso o sumisa hacia el discurso y acto social impuesto, quien se ha dejado vencer por la herencia histórica). Se cosifica a la víctima, cuando debería ser honrado u honrada como guerrero o guerrera. Nunca se habla de la verdad. Y se utiliza la palabra víctima como acusación o incluso humillación.
Si hablamos de victimismo aún es peor la consecuencia y el acto: Tendencia a considerarse víctima o hacerse pasar por tal. Tan sólo es necesario en este caso llevar a cabo una breve reflexión: ¿quién se atreve a decir o nombrar que quien ha conocido el dolor puede hacerse pasar por tal? Añadiré tan sólo una cosa: lo habitual en los casos de abuso en la niñez es la imposibilidad absoluta de hablar de ello. La ecuación es sencilla. Habla y se considera víctima o se atreve —pues me parece una ofensa muy grave y de baja ralea— quien no ha conocido el horror ni en pálpito siquiera. El resto, quien ha sufrido, quien sufre son, insisto, guerreros, guerreras, ejército de valentía.
En el caso de la enfermedad, al igual que en el del golpe con el que alguien intenta someter o cosificar o dominar a otra persona, o buscarse en la sangre del otro, se sufre una clara intención de debilitar aún más a quien se encuentra en una situación de desventaja de vida que en ningún momento depende de carácter voluntario alguno o elección, tan sólo de suerte o de estar vivos: noticia para todos y todas las que leen esto ahora, todos nosotros enfermaremos, moriremos y conoceremos el sufrimiento tarde o temprano, como parte fundamental de la vida, tal vez la más importante (el pueblo ruso valora el dolor y el sufrimiento como camino de crecimiento y conocimiento personal, que trasciende toda vida). Quien ha padecido o padece alguna enfermedad ha de pelear no sólo con el dolor que esto supone sino también con el dolor y la marginación social del discurso, del hecho, de la ignorancia y la debilidad ajenas —jamás de quien sufre pues es quien permanece vivo pese al dolor— que para crecerse y salvarse pretenden enterrar a la otra persona en la extraña y absurda e hipócrita acusación de víctima cuando curiosamente, insisto, el hecho demuestra lo contrario. ¿Qué valor tiene haber sobrevivido a una vida sin percance alguno? ¿Cómo puedes juzgar tú a quién tienes frente a ti sin haber vivido su dolor o experiencia?
Es necesario que de una vez por todas exijamos el mismo respeto que nosotros y nosotras ofrecemos. Es necesario dejar claro que no existe victimismo alguno en la enfermedad y que quien ha establecido término, uso y discurso sigue los dictados de un sistema inhumano que jamás afrontará una verdad que quien ha sufrido conoce de primera mano. Me niego a escuchar de nuevo el término víctima hacia alguien que ha vencido. Quienes han sufrido un dolor extremo, quienes han padecido o padecen una enfermedad que les devora, quien sufre, quien ha vivido una tragedia, quien cae en la desesperación, quien decide poner fin a todo, todos y todas ellas deberían ser declarados héroes y heroínas, pero jamás víctimas. Víctimas tan sólo de esta absoluta desigualdad e injusticia en el uso de términos y vidas, por otros y otras que desconocen el calor del dolor en el cuerpo, en la mente o en la piel. Guerreros y guerreras para mí, quienes seguís luchando. Toda mi admiración.
Ana Vega