Agorafobia

Fotografía © Elena Figoli

     En mi vida había tenido depresiones pero aún no sabía que tenía Bipolaridad Tipo I. De golpe, pasé por un episodio larguísimo con las siguientes sensaciones: Si iba por la calle sola y la gente venía de frente me tenía que parar ya que me daba la sensación de que toparía con ellos. Me daba vueltas la cabeza, temblaba, me ahogaba, también sentía una presión fuerte en el estómago.

     Si entraba en una tienda o supermercado donde había demasiada gente, me ahogaba y tenía que salir. Si me encontraba en la cola de pagar y resultaba que iba lenta, debía marchar o pedir permiso para pasar por delante. Dejé de ir a las grandes superficies y lugares con demasiada gente. Los de casa iban a comprar, no salía de casa sola.

     Me afectaba mucho todo esto, me cambiaba la vida.

     El psiquiatra diagnosticó que se trataba de agorafobia con ataques de pánico o de angustia. Me medicó para la ansiedad y me dijo que para solucionar la agorafobia debía ir a un buen psicólogo conductista, hacer todo lo que él me indicara y tener mucha fuerza de voluntad.

     Además, cuando sonaba el teléfono no lo podía coger ya que tenía la sensación de que me quemaría. El tema del teléfono venía, según el médico, porque continuamente había problemas con mis padres: discutíamos, nos gritábamos, no nos respetábamos. Se metían siempre en casa opinando que si esto lo hago mal que si lo otro también… Después de las discusiones me sentía muy mal, todo había entrado “vía telefónica”, por eso la sensación de “quemazón”. El tema de “quemarme” era, según él, una fobia.

     Ahora que no me pasa todo esto pienso que parece imposible que el cerebro sea tan traidor pero que, a la vez, “te avisa de las cosas que no funcionan”.

     Fui a terapia muchos años. El psicólogo me hacía ir cada fin de semana con mi marido, bien agarrada, a grandes centros comerciales en horas punta, a pasear. A mí se me nublaba la vista, cerraba los ojos, lloraba, me ahogaba, se me hacía un nudo en el estómago y no podía salir de allí hasta después de media hora o tres cuartos. ¡¡¡Era horroroso!!!

     Me obligaba a coger el teléfono y sentía que ardía, cuando sonaba tenía un sobresalto. Se me ponía el estómago en la garganta y empezaba a respirar aceleradamente. Tenía palpitaciones. Pero lo cogí siempre, y un día me pasó la fobia.

     La agorafobia me costó mucho más superarla, y aún ahora no soporto los lugares con mucha gente. Me agobio, me pongo nerviosa, tengo muchas ganas de salir; pero ya no tengo ataques de pánico.

     El especialista me dio técnicas para detener los ataques. Son difíciles de llevar a cabo, se necesitan muchas ganas de sacarte el problema de encima, pero se puede hacer. Yo soy una muestra

     Tuve de muchísima suerte. Primero, por tener una familia que entendía el problema, que me apoyaba. Luego, por encontrar los mejores especialistas y tener el dinero suficiente para pagar la recuperación. Porque todo era privado. Si tuviera que hablar del dinero gastado debido a mi trastorno durante treinta años, diría que es muchísimo, demasiado, pero por suerte lo pudimos cubrir.

     Hay que tener en cuenta que yo he sido ingresada varias veces, tanto en hospitales públicos como privados. El precio de los privados es excesivo, no todo el mundo lo puede abonar, no todo el mundo puede ir a los mejores especialistas ni a los mejores hospitales psiquiátricos privados de Barcelona.

     Me queda una gran pena dentro cuando sé que hay tanta gente con trastornos mentales que no está bien tratada o bien que no puede pagar los gastos de ciertos servicios que sólo son privados.

Mª Antonia Domingo

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