
Después de un gran recorrido por un gran número de profesionales de la psiquiatría y la psicología aquí os dejo unos cuantos consejos (o tips) para que os paréis a pensar si el equipo o el profesional que os está llevando es el adecuado para vosotros.
Ante todo, y este es el más importante de los consejos que os voy a dar, es que: él/ella o el equipo crean en ti y crean en tu recuperación o en tu mejoría. Si no, no hay nada que hacer, no van a poder ayudarte en nada, y lo único que vas a hacer será perder el tiempo y frustrarte, porque verás cómo van pasando los días, las semanas y los meses, y tú sigues igual, sin moverte, o incluso habrás empeorado. Es fundamental que él o ella crea en ti, y que cuando tú tengas momentos malos, te pueda recordar que vas a poder salir de esto; si ya partimos de la base de que él o ella no lo cree… ¿cómo te va a hacer ver que sí vas a poder?
Entre el usuario y el terapeuta tiene que haber feeling, queriendo decir con esto, que debe haber buen rollo.
Por ambas partes debe haber sinceridad y honestidad. No sirve que el terapeuta nos mienta para “aliviarnos” el malestar que tenemos dentro o para bajarnos nuestra ansiedad. Además, el usuario no es tonto, llegará un momento en que se dará cuenta de que algo no va bien, y verá que le están mintiendo. Cuando esto pase, toda la confianza que al terapeuta le ha costado tanto ganarse, adiós muy buenas; la persona usuaria se sentirá defraudada. Por ejemplo, en el caso de los trastornos alimentarios, a la que te pones en tratamiento te dicen que no puedes pesarte, y que él/ella ya llevará el control… Y cada vez que te visitas y le preguntas por el peso, te va diciendo que estás estable, cuando tú misma sabes que te está engañando porque cada semana la ropa te está más estrecha y ya has tenido que cambiar de talla. Un día te hartas, coges la báscula y pierdes la confianza total que tenías depositada en él/ella porque has visto que te ha estado engañando.
Hay una cosa en cuanto a las profesiones sanitarias, llamada Ley de Confidencialidad, siendo esta una obligación que tienen de no poder contar nada de lo que ocurra dentro de la consulta. Así que, si el terapeuta empieza a rajar por los codos de otras pacientes delante de ti, para que veas que sí se puede salir de esto… mmm… piensa que después de ti va a atender a otra persona, y quizá en ese caso, ¡te use a ti como ejemplo!
Si no predica con el ejemplo… Es muy fuerte que te diga: “debes hacer esto o lo otro”, cuando ella misma no lo hace. ¡Y tú lo sabes! O que afirme: “No puedes hacer esto”, ¡y ella es la primera que lo hace! Con un ejemplo lo entenderéis mejor: es el típico caso de cuando te dicen que no deberías fumar, y el que te lo está diciendo, ¡sabes tú de sobras que es fumador! O en mi caso, en temas de trastornos alimentarios, a veces suele pasar que te dan unas pautas alimentarias, que quien te las da, ¡es incapaz de cumplirlas! Que te digan: sí, sí, para comer, primero, segundo, pan, y postre… y luego te la encuentras a ella, comiendo sola con un Tupper, ¡y dentro de éste hay dos lechuguitas!
Sabrás también que no es tu terapeuta cuando al salir de la consulta tengas la misma sensación que antes de haberte visitado. Si esto se repite en varias sesiones, claramente, éste no es tu terapeuta; o incluso si cuando sales, ¡sales con una sensación de malestar peor!
Ir a terapia no puede ser ir a un combate. Es decir, si cada vez que te visitas, acabáis como el perro y el gato, peleándoos. Esto tampoco te ayuda, mejor hacer un cambio.
Si todas las sesiones de terapias son iguales: un monólogo en el que tú hablas y hablas, y él o ella escucha y no dice nada. Por un lado está bien porque te desahogas y lo sueltas todo; pero por otro lado, si no te puede dar consejos ni te ayuda a buscar posibles soluciones… ¿De qué te sirve entonces? La monoterapia no sirve.
Si te viene continuamente con amenazas o ejerce mal el poder que tiene sobre ti: Cuando esto suceda, el paciente empieza a cogerle miedo a ir a terapia, e incluso al mismo terapeuta. Cuando esto pase, el paciente ya no podrá abrirse de nuevo, no será capaz de contarle todo a esa persona. Partiendo de ahí, esta terapia ya no será fructífera. Desde el momento en que se le coge miedo y se le ve al otro como al enemigo, piensas que: “Esto no lo digo, no sea que…”, o “Le cuento esto para que esté más contento…”. A partir de aquí, la terapia es un cuento chino, ya no sirve de nada.
Si el profesional que te empieza a llevar no sabe ni por dónde cogerte… ¡apaga y vámonos! Esto suele ocurrir por falta de experiencia. Algunos casos les quedan muy grandes a algunos profesionales. O quizá el día que hablaban de tu tema o tu problema durante su formación, estaba haciendo novillos con sus colegas.
Sabremos que es un buen terapeuta para nosotros si congeniamos con él o ella y notamos que empatiza con nosotros. También lo sabremos si al salir de la consulta salimos con las ideas más claras y con una sensación mayor de alivio.
Sabremos también que es el profesional correcto porque se implica con nosotros, vela por nuestra salud mental y quiere que nuestra calidad de vida mejore todo lo posible. Yo pienso, y pondría las manos en el fuego, que un buen terapeuta, hasta se debe “llevar” a algunos de sus pacientes a casa, y ahí debe seguir pensando en cómo podría ayudarlo.
Hasta aquí puedo contar… Y quisiera dar las gracias a todos aquellos profesionales que me han llevado durante todos estos años, con más o menos esmero, ya que sin ellos éste artículo no hubiese sido posible.
Nina Febrer