Teràpia Grupal

  Ilustración © Sergi Balfegó

     Una terapia de grupo es básicamente una reunión de personas que, dirigidas por un  psicólogo, hablan de sus problemas. El profesional modera y enfoca la reunión. Todos juntos hablan de los problemas de todos. Aparte de la confidencialidad hay pocas reglas. No se habla fuera de lo que se habla allí y no se habla de personas que no están.

     Empecé a ir a terapias de grupo porque me lo recomendó un psiquiatra. La profesional que dirigía el grupo era psicoanalista y psiquiatra también.

     Al principio me ponía muy nervioso. Éramos entre doce y catorce personas que nos reuníamos más de dos horas y hablábamos. Tenía que hacer un esfuerzo para ir allí. Y hablar de las cosas que tenía en la cabeza me costó algunos meses. Eso sí, desde el principio me pareció muy interesante: La gente por dentro. Te dabas cuenta que la gente pone una cara y por dentro es de otra manera.

     Yo necesitaba socializarme y costó. Allí, no todo el mundo tenía un diagnóstico de salud mental. Todos teníamos problemas, está claro, pero no todo el mundo era lo que habitualmente se entiende por una persona con trastorno mental. Iba gente que, por ejemplo: era homosexual y la discriminación que sufría le provocaba problemas; o un maestro que se ponía nervioso al hablar en una clase; o una mujer que quería salvar su matrimonio.

     Hablar allí era liberador, pero más de una vez oías cosas que no te gustaban. Analizábamos entre todos los problemas de todos y podía ser muy duro. A veces porque no había solución o porque ponían delante tuyo tus propias debilidades.

     Aquello fue un éxito. Mi situación se normalizó mucho. Le perdí el miedo a la gente. Dices cosas que te avergüenzan, oyes cosas de las que la gente normalmente no habla y ves a las personas de otra manera.

     Fui a aquella terapia unos ocho años y la dejé: Sentía que me había estancado. Ahora me parece un error: Debería haber seguir trabajando.

     Fui a unas visitas personales con un psicólogo y, después, en un centro de día me propusieron terapias de grupo de nuevo. He ido los últimos dieciocho años. En el centro todos somos personas diagnosticadas. Las terapias son enriquecedoras. Conoces a las personas más profundamente de lo que es habitual. La gente ha ido cambiando. Había gente que tenía una recaída y gente que se le daba la alta. Ahora hablan de darme de alta a mí de éstas terapias. Estos años éramos menos, pero los problemas eran igual de intensos.

     Creo que si tengo una cierta paz mental, en buena medida es debido a estas terapias que he hecho año tras año. Yo, que tengo la costumbre de aislarme, he sacado mucho provecho de tantos años de conversaciones. Es enriquecedor que veas tus problemas desde otros puntos de vista. Cambias, y no es gracias a pastillas ni inyecciones. Analizas tu propia forma de ser con la ayuda de otros.

     No a todo el mundo le sirven. Pero son una gran experiencia.

Fèlix Rozey

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