Alegría en la Caída

Ilustración © Mireia Azorin

    Un día le dije a una persona: “Lo único que quiero es agradecerte la existencia“. Estaba tan contenta, había encontrado una pequeñísima piedra preciosa, un brillante puro, en medio de un camino tortuoso en el que el sufrimiento era el pan de cada día. Creía que sólo me había enamorado, pero ahora comprendo que era algo más.

     La salud mental, cuando vives adaptado a esta sociedad, es muy difícil de mantener. La salud mental para mí es no sufrir. Pero si te fijas en los rostros de la gente cuando no se sienten observados, te darás cuenta que todo el mundo sufre, que ocultan su sufrimiento y que se alimentan de sus esfuerzos para llegar algún sitio. La humanidad ha inventado miles de entretenimientos para olvidarnos de nuestro sufrimiento, impera la regla de ser una fiera en el mundo laboral, de ‘sé positivo’ e ignora lo negativo. Pero esto, a mi entender, no es salud. La salud no consiste en ignorar la enfermedad. Por eso a veces me parecen más sanas mentalmente las personas diagnosticadas, porque han sabido, han tenido la valentía, de explorar mejor tanto lo negativo como lo positivo de su psique, tanto si han estado perdidamente deprimidas como incontrolablemente alegres, si han buscado la perfección y la seguridad hasta extremos imposibles, como si han sufrido la presión social hasta ahogarse literalmente. Todos tienen etiquetas que no dicen nada sobre su persona y menos sobre sus conocimientos vitales, que de alguna manera, pienso, los liberan de la carga de tener que ser una persona de buena reputación y abiertamente aceptable para la sociedad.

     Para mí la salud mental no es más que libertad, amor y respeto, hacia ti y hacia todo lo que te rodea. De todos los que estáis leyendo esto, ¿cuántos de vosotros os sentís verdaderamente libres? ¿Quién es lo que quiere ser a cada instante? ¿Quién ama sin esperar nada a cambio? No posesivamente, eso no es amar, es utilizar a alguien para llenar una carencia tuya. ¿Y quién respeta todo lo que le rodea y no agrede, aunque sea interiormente, a ti o a tu vecino o a la paloma del parque de al lado?

     Yo, personalmente, he vivido instantes de enorme salud mental, soy plenamente consciente, y también tristes momentos de enfermedad. Cuando a esa persona le agradecí la existencia, yo sólo era una conciencia de vida, libre, no necesitaba nada ni nadie, sólo veía la belleza y el amor. Pero después volví a lo que yo le decía la ‘vida real’, la vida competitiva, de las esperanzas, de los esfuerzos para conseguir algo mejor. Yo no tenía pareja, y pensé: “Pues ya que amo esta persona, ¿por qué no le pido que me salve de esta vida?” Cometí un gran error. La luz que había en mi interior la proyecté en esa persona y pensé que de ella dependía mi felicidad. Pero era tan sólo una proyección y, con razón, un día vi su cara en el espejo de mi casa, como si fuera mi cara. En realidad, hoy lo sé, la alegría o tristeza que pueda sentir sólo dependen de mí.

     Para mí, hoy en día veo que ser repudiada socialmente me libera de los males de la sociedad, vivo aparte de esa esclavitud de egos y apariencias. Y soy feliz. Diría que, a instantes, demasiado feliz para ser aceptada socialmente, porque la alegría es rebelde y no escucha a las normas que intentan controlarla.

Maria Hernández

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