Conflicto

Ilustración © Sergi Balfegó

En mi vida mi trastorno mental me ha dado ciertos quebraderos de cabeza: unas cuantas bajadas anímicas (no muy fuertes) y algunos ratos en que me he sentido mal conmigo mismo o alguien más, como resultado de determinados conflictos que han estallado, porque a quienes nos han diagnosticado un trastorno también tenemos que hacer frente a todas las naturales discusiones y desavenencias que conlleva la vida.

Dejo de lado los momentos más íntimos y personales. Partimos de un principio individual erróneo que la escuela psicológica de Albert Ellis pone de manifiesto: “Los demás deben actuar conmigo de forma agradable, considerada y justa”. No importa con quien nos juntemos, si piensan similar o diferente a nosotros, el conflicto puede saltar en cualquier segundo y hay que encontrar una buena gestión de estos sentimientos cuando tu autoestima está dolida. No podemos gustar a todos, así que intentamos quedar bien con la gente que queremos y, por supuesto, valoramos su opinión. A veces, alguien me ha dirigido un menosprecio y la cabeza me ha empezado a dar vueltas. Al menos eso es lo que he experimentado en la vida. Repito ciertas frases día y noche, defiendo mentalmente mis argumentos y saco toda la razón a mi oponente. El malestar interno es creciente y mis energías se desvían de fines mejores. Y esto puede llevar a molestias mayores si el estrés o los problemas personales coinciden en el tiempo, porque gestionar el trastorno mental no es fácil y menos si te encuentras molesto o dolido por algunos conflictos.

Si continuamos con los mismos razonamientos teóricos, no es lo que nos pasa lo que nos preocupa sino cómo lo digerimos. Obviamente no hablamos sólo de gente con trastornos mentales sino de la sociedad actual, donde la ideología del “y tú más” triunfa en la política o el deporte mismo. Recordemos aquella pelea virtual entre los futbolistas Piqué y Arbeloa, por ejemplo. Por suerte, se dice que las peleas en el campo se suelen quedar dentro del terreno de juego, lo que asegura que la tensión no vaya en aumento a ojos de todos.

En nuestro día a día, es difícil comunicarse vía redes sociales, el sentido del humor de una persona no coincide con la otra, a veces pagamos con malas palabras a quien no tiene la culpa de lo que nos pasa. Simplemente por el hecho de haberse cruzado con uno en un mal momento. En persona, la comunicación es más sencilla, pero si las parejas o los buenos amigos se enfadan, cualquiera puede tener unos minutos donde la rabia lo domina. Así, a veces se rompen viejas amistades o cuesta volver atrás. Es entonces cuando toca poner de nuestra parte y dejar de lado el orgullo. ¿Nos conviene aquella persona o más vale apartarse un poco?

En conclusión, los conflictos son aquello con lo que todos nos encontramos, tengamos o no trastornos mentales, y gestionarlos de alguna forma que no nos provoque grandes quebraderos de cabeza puede contribuir a que nuestra salud mental no se resienta.

David García

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