
Han pasado treinta y siete años desde que me diagnosticaron. Y realmente las cosas han cambiado mucho. He cambiado yo. No se trata solamente de que la medicación para enfrentarse a un trastorno esquizofrénico haya mejorado. Yo me tomo las cosas con más tranquilidad.
La biología ayuda. Tienes veinte años y eres un saco de hormonas. La impresiones que te provoca la realidad son más intensas. No quiero decir que a los cincuenta y cinco seas un zombie, pero las cosas no me impactan como antes.
Y cuando tienes los primeros brotes, darte cuenta de que no vives en la realidad es más doloroso. Cuando crees que has vivido una conversación que no has vivido, cuando tienes alucinaciones, cuando deliras horas y horas en un mundo que no es real, realmente lo pasas muy mal.
Yo caí en una depresión crónica. No podía estudiar. No podía trabajar. No vivía en este mundo. Y en muchas ocasiones me daba cuenta plenamente que así era imposible funcionar mínimamente para hacer las cosas normales de la vida. Trabajé, pero me resultó durísimo y tuve que coger muchas bajas. Mis relaciones de pareja no iban bien. Creía que teníamos relaciones telepáticas y yo no hablaba durante horas. O imaginaba extraños misticismos y magias diversas.
Me dijo un psicólogo que a partir de los cuarenta años los síntomas positivos (delirios, alucinaciones) disminuyen. Y creo que lo llevo mejor.
Todavía tengo síntomas graves de mi trastorno mental, pero no les hago tanto caso. Cuando me paso cuatro o cinco horas creyéndome que soy el Mesías, procuro reírme de mi mismo y pasar página lo más pronto posible. O cuando creo que estoy metido en un secuestro y hay combates a mi alrededor, tengo tanta práctica con estos delirios que me resulta más fácil volver al mundo real. Puede que sea resignación y experiencia, la universidad de los porrazos, pero ahora todos estos síntomas no me deprimen y no me preocupan.
Al menos, disfruto un poco de la vida cuando estoy bien. Unas horas de tranquilidad son un placer. Esta tranquilidad ha influenciado mis delirios. Que ahora son más eufóricos que deprimentes. Y quieras que no, aun siendo consciente de los problemas que pueden comportar, prefiero estar eufórico que deprimido.
En mi caso, con los años creo que he adquirido experiencia y que tengo más paciencia conmigo mismo. Cuando puedo, salgo de mis delirios y llevo una vida más normal. Me doy cuenta de cuáles son las situaciones que me provocan problemas y las evito o las afronto con más confianza.
Creo que es vital no perder la esperanza de que las cosas puedan mejorar. Porque es real.
Fèlix Rozey