
Es muy fuerte. Cuando eres un chico adolescente te piensas que puedes con todo y con todos. En clase yo era un niño que dibujaba muy bien y sacaba excelentes en artes plásticas y manuales. Los compañeros de clase, a menudo, me pedían que los ayudara a terminar sus dibujos, yo me prestaba, pero pensaba que tenía que salir de ellos el hecho de terminar el dibujo. Para mí era muy reconfortante y era un premio para mi orgullo que los compañeros de clase valoraran tan bien mi talento y se hicieran eco entre los maestros y alumnos de: ¡Qué bien dibuja Dani!
Es entonces que descubrí a Dalí, el genio de Cadaquès y de Figueres. Sus cuadros me resultaron fascinantes. Cuando supe de Dalí, imaginé una analogía con mi nombre: Dani. Dalí y Dani tienen 3 letras en común… y es por eso, que cuando estuve practicando lo que ahora es mi rúbrica, me inspiré en la firma de Dalí. Mi signatura no es idéntica, ni mucho menos, pero guarda cierta similitud con la de Dalí.
Pasaron los años y mi primera vocación de artista quedó frustrada, por ciertos acontecimientos y personajes que se cruzaron en mi camino. Sin pretender culpar a nadie, yo quise reinventarme. Fue en el Bachillerato que tuve una visión sobre mí mismo: quería ser escritor. Me esforzaría en leer y escribir. Aprobar todas las asignaturas de humanidades y hacer una carrera de letras: Yo quería estudiar Traducción. No en vano, mis estudios de lengua inglesa me iban muy bien y sacaba excelentes notas.
Pero mi ambición de ir a la Universidad se vio nuevamente frustrada por la aparición de mis primeros síntomas del trastorno mental, y muchas cosas que me pasaron entonces.
Con el tiempo he ido desarrollando ciertos delirios, que se entienden como creencias falsas o erróneas. No son falsas porque una persona sea falsa o mentirosa. Son ideas falsas tan sólo, producto de una mente enferma. En un delirio que he tenido desde hace mucho tiempo imaginé que yo era descendente del capellán y poeta Jacint Verdaguer. El poeta de Folgueroles era cura… por lo tanto, no tuvo descendencia. Lo que me llevó a pensar que yo era descendente de Verdaguer o de algún familiar próximo es que mi abuelo, por el lado paterno, se llamaba Verdaguer de segundo apellido. Qué delirio, ¿no? El hecho que un antecesor mío llevará el apellido de Verdaguer, que es un apellido Catalán muy frecuente, no tiene que presuponer que yo tenga un vínculo con su familia. Es más, casi puedo constatar que no tenemos nada a ver.
Sea como sea, cuando uno tiene un delirio de grandiosidad, como es el caso de cuando me creía, ciertamente, un Dalí o un Verdaguer, los razonamientos tan solo son falsas creencias, que se desmontan cuando la realidad de los hechos o la evidencia de la verdad y la razón se nos hacen indiscutibles delante los ojos de todo el mundo. Una verdad no es más porque la chilles más fuerte o te haga sentir más que los demás. Creo que la verdad puede ser de una única persona, pero la verdad no deja de ser verdad, por mucho que los delirios te hagan pensar lo contrario.
Es por eso que escribo este artículo, para dar testimonio de que algunos nos imaginamos que somos: auténticos genios o descendientes de genios, cuando en realidad somos gente bastante normal y corriente, a los que el trastorno mental nos ha hecho tener pensamientos o delirios de grandiosidad, sin pretenderlo y sin tener ninguna culpa. Los pensamientos pueden enfermar, y no es culpa ni de unos ni de los otros, es simplemente que el cerebro es plástico y se modifica con el tiempo. Creo que el mundo es psicodiverso y tenemos que entender estas diferencias entre unos y otros: entre la psicología de cada uno y nuestra evolución durante toda la vida.
Dani Ferrer