
Ilustración © Sergi Balfegó
¿O no comulgar? Tuve una educación religiosa, pero renegué de ella después. Pasé una época en la que me declaraba agnóstico y ahora, definitivamente, me considero ateo convencido gracias a Stephen Hawking.
El hecho de comulgar para los cristianos no sé qué orígenes tiene. Soy un ignorante más. Pero el hecho de recibir “el cuerpo de Cristo” con una hostia (pan ácimo) y decir “amén” cuando la recibes del cura me parece un acto que tiene más que ver con la medicina o la salud, que con la religión. No quiero convertir éste artículo mío en una reflexión religiosa, así que entraré en materia.
¿Medicarse o no medicarse? En salud mental es suficientemente notorio que la química puede contribuir a la mejora o empeoramiento de la salud mental de la persona diagnosticada. Hay quien cuestiona, como no podría ser de otra manera, los beneficios de la medicación. Osaría decir que hay quién cree que comulgar con las pastillas nos ayuda a superar los síntomas del trastorno, mientras que hay quien no comulga con la psiquiatría y hace lo posible para no tomarse las pastillas o disminuir las dosis. Supongo que hay gente que no puede prescindir de ellas. Asimismo, supongo que hay gente que se ve lo bastante valiente como para prescindir de ellas. No critico ni una ni otra actitud o voluntad de tomarse la medicación. Simplemente respeto que unos comulguen con la psiquiatría y otros no.
Unos sostienen las teorías del desequilibrio bioquímico y el tratamiento con psicofármacos, otros ponen más énfasis en que es necesario un enfoque más psicológico y social en la recuperación de la persona. Pienso que comulgar con las pastillas no puede ser el tratamiento exclusivo de los trastornos mentales, sino se tienen en cuenta los factores psicosociales.
Comulgar o no comulgar no es el único cuestionamiento que yo me haría. Más allá está la dimensión espiritual del ser humano. Un ser humano que destaca por ser imperfecto, en un mundo imperfecto y en continua degradación del medio.
Yo no creo en las enfermedades, sino en las personas enfermas, como se suele decir. Me gusta pensar en la utopía de una “medicina a la carta” o, en éste caso: “psicofármacos a la carta”. Esto quizás haría que tratásemos a personas con trastornos y no a trastornos mentales genéricos. Aunque, habitualmente, debemos conformarnos con el menú que hay.
¿Qué hay de la Psicopatía? ¿Qué hay del Autismo? ¿Qué hay del Síndrome de Down? ¿Y de tanta Psicodiversidad como hay en todas partes? La medicina es imperfecta, cómo lo es la humanidad. Pero dentro de la imperfección en la que nos movemos, en la década de los años 50 del siglo pasado un día se descubrieron los psicofármacos buscando otros medicamentos.
Nadie puede descartar la gran aportación de la ciencia a la salud mental. Prefiero muchísimo más tomar psicofármacos que hacer frente al coma insulínico o a las terapias electroconvulsivas, métodos bestiales en vías de desaparecer… ¡Ojalá!
Creo que los buenos psiquiatras, aparte de dar hostias como camisas de fuerza químicas, también creen en esta dimensión psicológica y social del individuo. Por lo tanto, tampoco tengo nada en contra de la psiquiatría y de aquellos quienes comulgan con la psiquiatría, porqué la ciencia les otorga la razón.
De ciencias hay muchas, como por ejemplo las ciencias sociales, de la psicología humana o las ciencias económicas. Estas hacen posible que, además de comulgar con la psiquiatría, se dé prioridad también a los otros aspectos, no menos importantes, que definen el mejoramiento de las capacidades de las persones con trastorno mental y nuestra mejor adaptación e inclusión en la sociedad en la que vivimos.
Dani Ferrer