electrodos-para-la-anorexia

Ilustración © Sergi Balfegó

       Seguramente muchos de vosotros ahora mismo estaréis pensando que sí, que se debe promover más la investigación en este campo, ya que queda mucho por descubrir, pero esta pregunta tiene algo de trampa.

       ¿Qué diríais si os propusieran a vosotros mismos como objeto de estudio? ¿Y si hiciese falta operaros de la cabeza, insertaros electrodos en el cerebro, implantaros microchips? ¿Y cada semana ir a pasar test para ver cómo evolucionáis, de tal manera que así podrían ver si esto es un avance para la psiquiatría? ¿Seguirías pensando lo mismo?

       Pues bien, esto es lo que me pasó hace unos meses. Dada ya por caso perdido se me planteó entrar en un estudio que realizaba un hospital público, aquí en Barcelona, acerca de mi enfermedad (anorexia). Yo iba a ser de las primeras pacientes a las que se lo hacían en Europa. Según la doctora, en el resto del mundo sólo a diez personas se lo habían hecho; seis en Canadá y cuatro en China, de las cuáles, a un 60% les había ido“bien” y el otro 40% no habían notado mejoría.

       A mí, como ya me habían desahuciado tantas veces y me habían dado por caso perdido, me era todo igual. ¡Y dije que sí! Esto era mi única esperanza, así que lo tiré para adelante. A partir de ahí empezaron las entrevistas con neurólogos, psiquiatras y un montón de médicos. Cada vez me iban dando más información acerca de aquel “experimento”, que antes no me habían dado… Y, al final, cuando ya la tuve toda, me di cuenta de que… ¡No era todo tan de color de rosa cómo me lo habían pintado al principio! Que me tenían que perforar el cráneo; que la neuróloga tendría un mando con el que controlaría mis estados de ánimo (si estuviese muy deprimida, ella con un mando me subiría y, al contrario, si estaba muy subida, ella me bajaría). Es decir, que ella tendría el control de mi vida. Suena un poco a película de terror, ¿verdad?

       Aparte, después de la operación, debería ir cada semana a controles y a pasar un test para que ellos pudiesen constatar si realmente había mejoría o no. En la cabeza me insertarían unos electrodos que irían conectados a una batería que me pondrían en la barriga, como una batería de móvil, y yo, cada día, me tendría que cargar esa batería. No os riáis, que va en serio. Cuando así fui averiguando cuál era la magnitud de adónde me estaba metiendo me fue cogiendo miedo. Unos ataques de ansiedad muy grandes que se apoderaban de mí y, al final, me eché para atrás. En parte también porque empecé a informarme sobre todo esto de la operación.

       Fui a consultar uno por uno a todos los médicos que me habían llevado antes y todos coincidían en lo mismo: que ni se me pasara por la cabeza dejarme hacer nada, que era una locura, ya que de esto no se tenía ningún tipo de información y no se sabía nada al respecto. A medida que iba escuchando esto de cada uno de ellos, me fui quedando más tranquila y fui volviendo a ver las cosas más en su sitio.

       A día de hoy me pregunto qué hubiera sido de mí si me hubiese dejado operar… ¿Hubiese sido mi salvación como me decía la doctora? ¿O hubiese acabado peor? Nunca lo sabré… Y ahora, después de haber leído esto, si os lo hubiesen propuesto a vosotros, ¿qué hubieseis elegido? ¿Hubieseis sido conejillo de indias? ¿O mejor que experimenten con otros?

       Así, que aquí os repito la pregunta, poneros en mi piel: ¿Vosotros qué hubieseis hecho?

Nina Febrer

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