
Mi nombre es Carles y tengo 36 años. Hace unos 6 meses me diagnosticaron una depresión, aunque tengo presente una profunda tristeza que me ha ido acompañando desde hace mucho más tiempo. El problema es que no sé exactamente desde cuándo. Supongo que esta tristeza fue surgiendo poco a poco, inconscientemente, hasta que ya la tuve como compañera no deseable y, no sé cómo, inseparable, convirtiéndose en la depresión final.
Muchas veces uno no es consciente de que su día a día se va transformando en una rutina cansina y aburrida, hiperactiva y estresante, competitiva y desgastadora, de permanente angustia y de ritmo desenfrenado… Pero, al mismo tiempo, aun continúas creyendo ingenuamente, como antes, que lo que haces da sentido a la vida. Sin embargo, llega un momento en que todo, no sabes muy bien porqué, empieza a dejar de tener la relevancia que le dabas antes, y la pasión por la que hacías las cosas se descompone poco a poco. Es ese momento en que entra en juego en tu vida tu compañera inseparable; es decir, la indeseable tristeza, la molesta desgana, la odiosa baja autoestima, la antipática dejadez, la temeraria soledad, la peligrosa fobia social que te persigue y te tortura los pensamientos incansablemente por todas partes mientras tú vas vagando y errante en la ventura. Quieres despistarla, quieres esquivarla, quieres perderla de vista… pero no puedes o no sabes cómo o, incluso, por comodidad y sin entender el porqué, acabas resignadamente por no desear que se vaya.
Es entonces que, totalmente consumido física y mentalmente, y como última alternativa, porque ya no lo puedes soportar más, te aventuras con muchos miedos a contarlo en voz bien alta y desafías a tu compañera indeseable, destruyendo tu sumisión hacia ella. Pides ayuda. Empiezas por la médica y recibes los correspondientes diagnóstico y medicación. Es un primer paso, pero sientes que no es suficiente para interiorizar y entender tu problema. Dicho esto último, quiero apuntar que la medicación me hace bien.
Entonces piensas, intuitivamente y sin saberlo a ciencia cierta, que la vía asociativa en 1ª persona podría ser otro camino interesante para engañar la maldita compañera llamada depresión. Es así que, buscando, conocí ActivaMent. Me recibieron y empecé a ir a sus Grupos de Ayuda Mutua, a participar en muchas de sus actividades… Poco a poco mi actitud personal y social mejoró. Escuchaba, al tiempo que acompañaba, las circunstancias de mis compañeros. Con sus problemáticas de salud mental, ellos intentaban hacer camino hacia su recuperación. También me sentía acompañado y comprendido, y nada solo. Este activismo en 1ª persona me fue útil para introducirme a tomar conciencia de mi problema. Empecé a aceptar que, tal vez, tendría siempre esta apestada compañera allí, a mi lado, y que había que saber convivir, a entenderla como un regalo que podría permitirme descubrir otras cosas impensables antes. Con ella he aprendido a desarrollar mucho más la emotividad, la capacidad de gratitud, a disfrutar con poco… Me gustaría deciros que aún hoy continúo en ActivaMent para seguir acompañado y para acompañar a otros como yo, a modo de ayuda recíproca.
Sin embargo, quiero mencionar que aún me faltaban cosas, no sé, algo vital que no me hacía sentir completo. Aprovechando esta crisis y muchos momentos de soledad buscada, hice un trabajo introspectivo para conocerme e iniciar poco a poco mi regreso a la realidad. A mí, más o menos, me ha ido bien. ¿Cómo lo he hecho?
Pues me he concentrado hasta mi última gota de sangre en descubrirme a mí mismo, en aprender en qué destaco y qué me hace feliz. He averiguado qué es lo que realmente me gustaría hacer y que quiero dirigir todas mis energías en esta dirección. Estos últimos meses he empezado a escribir lo que sentía y pensaba. Esta escritura, que inicialmente ha sido embrionaria, me ha empezado a dar la impresión de ser un volcán en erupción arrastrando todo lo que encontraba a su paso. Estos escritos, que primero tenían la misión de matar las horas que me pasaban lentamente, me han servido de reflexión profunda para darme cuenta de que no puedo permitirme que mi presente se escape por la puerta de la inconsciencia. Me he tomado todo el tiempo del mundo para profundizar y descubrir mi verdadera razón de ser. Ha sido muy difícil y doloroso. He escrutado a fondo mi alma más profunda, descubriendo incluso trapos sucios, cosas que no me gustan.
He deducido por mí mismo que cuando uno se decide a concentrarse en sus objetivos más importantes, ya inconscientemente descartará lo que no es importante para centrarse en lo que realmente lo es. Pienso que es fundamental centrarse en perseguir nuestro propósito y que la propia naturaleza de los hechos ya se encargará del resto. Me he convencido de que hay que tener todo el valor del mundo para afrontar todo esto, un valor que a estas alturas todavía tengo en pañales y que es intermitente. Un valor que se mejora eliminando los miedos, conquistándolos, haciendo precisamente aquello que temes. También he aprendido que iré fortaleciendo este valor si no me avergüenzo de hacer lo que considero correcto, de decidir lo que está bien y de aferrarme a ello. A la vez, este trabajo de introspección de los últimos meses me ha hecho saber que no he de instalarme en el pasado ni en el futuro; al contrario, tengo que estar anclado al presente y concentrarme sólo en éste, y también tengo que disfrutar de los detalles que ofrece el día a día, aunque sean minúsculos.
Resumiendo, ahora no me avergüenzo de marcarme objetivos pequeños, a menudo no bien valorados en una sociedad competitiva y que sólo venera quienes logran las grandes metas. No me avergüenzo de entrenarme en conseguir pequeñas cosas (como ver salir el sol en la madrugada mientras paseas en plena naturaleza para extraer ideas para tus escritos; disfrutar del olor a tierra mojada en un inicio de lluvia; notar cómo el flujo de calor de un café que tienes en las manos se va esparciendo por brazos y hombros en un día gélido), porque te crea autoconfianza y te prepara para emprender las cosas más grandes, para atrapar tu objetivo más vital.
Pues eso, de esta manera es como poco a poco he ido recuperando la alegría y la autoestima. Pero no tengo que bajar la guardia, porque esta compañera mía, la depresión, puede continuar perturbándome. También seguiré luchando, a pesar de tener todavía muchas dificultades, por mi felicidad y la de los míos.
Carles Mujal