Me llamo Ana. Padezco un trastorno de ansiedad con agorafobia desde hace diez años. Soy, por lo tanto, una “persona agorafóbica” de esas que tanto asustan a los llamados “normales”. Llevemos a cabo pues, y desde esta premisa, una breve declaración de principios.

Aunque de agorafóbicos famosos está lleno el mundo: Evaristo Valle, Víctor Botas, o si nos interesa una perspectiva de mayor glamour: Kim Bassinger, pese a todos estos nombres y la famosa película donde Sigourney Weaver no podía atravesar el umbral de su casa (Copycat), la gente sigue poniendo cara de espanto al oír trastorno tan raro y difícil de comprender.

Mucho mejor se entiende algo con una solución práctica y común como una pierna rota o un infarto de miocardio. Agorafobia, que otros incluso llegan a confundir con Aracnofobia, y no, ésa es otra película y que no obtuvo demasiado éxito en las carteleras. Por mi parte, creo que todo el mundo debería enfrentarse alguna vez, aunque sólo fuese durante un segundo, a la impotencia que supone no poder acercarse a una ventana; la impotencia de estar completamente atrapado en tu casa; esa sensación tan extrañamente dolorosa de estar acercándote a la locura; no poder coger el teléfono o sufrir fenómenos de lo más peculiares en cuanto al tema psicosomático: Parálisis en las piernas (sí, sí, con su aprendizaje, desde cero, para volver a poner un pie tras otro); la crueldad de sentir que sólo y exclusivamente podrás aliviar tanto dolor, cuchilla o cuchillo en mano, corte tras corte, hasta que el cerebro se ocupe del dolor más inmediato y te quedes como drogada viendo la sangre correr mientras tú crees descansar al fin un rato tras la batalla.

Y, cómo no, el sentimiento de sirena varada tras la ventana. Ver cómo la vida pasa, pero de largo, sin ti. Ver cómo tus amigos estudian, se van, se casan, y tu día a día se reduce a intentar comprender el ridículo que sientes al seguir viviendo. Estoy segura habrá, sin duda los habrá, quienes al leer esto crean firmemente que esto es una especie de invento postmoderno para personitas de vida y carácter peculiar cuyas rarezas nos provocan síntomas de lo más ridículos.

Les invito a documentarse. Esta no es una enfermedad de este siglo precisamente. Digamos que la diferencia está en que la inquisición y otros “bienhechores” se encargaban de poner las cosas en su sitio: Normales (y fáciles de adoctrinar a un lado) y herejes (o difíciles de introducir en el rebaño, en otro lado). Tampoco era necesario estar poseído por el diablo. Lo que se entiende por “anormalidad” sigue siendo lo mismo: Pensar de modo diferente. Se castiga siempre la diferencia, sea cual sea. Vaya este artículo a denunciar la falta de preocupación gubernamental por éste y miles, millones quizás, de otras enfermedades aún por catalogar de las que sólo sobreviven, sobrevivimos, las asociaciones de gente voluntaria que pelea por estos temas.

Cabe denunciar que, en prácticamente todas las Comunidades Autónomas existe alguna asociación de ayuda al enfermo de agorafobia menos en Asturias. La más importante y con más servicios al alcance ciudadano es la Asociación Catalana para el Tratamiento de la Ansiedad y Depresión (www.actad.org), con un servicio de voluntarios las 24hs del día, terapia familiar y de grupo, y servicio de orientación.

Quisiera recalcar que esto no es una especie de club de raritos, aunque no tengo ningún problema en admitir mi condición de neurótica absoluta. La agorafobia es un trastorno básico de ansiedad que puede manifestarse en cualquier momento, sin previo aviso. No existe un perfil determinado. Cualquier situación de estrés mantenido durante largo tiempo podría desencadenar una primera crisis. Hay casos en los que a algún enfermo han llegado a extirparle las muelas creyendo que se trataba de una infección. Pero sirvan estas palabras para que el caso, por ejemplo, de una mujer del País Vasco, enferma y totalmente incapacitada para llevar a cabo una vida normal, divorciada y con dos hijos a su cargo reciba la ayuda y la atención de las Autoridades Competentes. Ella también es una sirena varada que se ahoga si alguien no lo evita.

Ana Vega

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