Fotografia © Elena Figoli

Fotografía © Elena Figoli

Un profesor de filosofía un día nos explicó en clase que si hablamos de un bolígrafo es prácticamente siempre cuando éste falla: si se le acaba la tinta, se rompe… Raras veces hablamos de éste cuando escribe correctamente. Supongo que porque es lo “normal”, lo que “debería de ser” y lo que no “levanta ampollas”. Sea como sea, cuánta razón tenía.

Es una lástima que el motivo que me haya llevado a escribir sobre mi problema sea esto justamente: que me supone un problema (mi bolígrafo ha petado y usualmente siento mis manos manchadas de tinta). Sí, lastimosamente, no acostumbramos a levantarnos felices, llenos de energía y ponernos a escribir lo bien que nos sentimos, lo bien que nos va todo y lo limpios que estamos, sin una sola mancha. Pero una vez siendo conscientes de ello, podemos hacer un ejercicio para no olvidar las cosas positivas y cederles un merecido espacio entre tanto mar de tinta, problemas y dolor.

¿Con todo esto qué quiero decir? No todo lo que escriba va a ser positivo, porque no sería justo para mi propia realidad, pero sí que puedo escribir cosas positivas (ciertas y útiles) desde el dolor.  Por lo tanto, seas la persona que seas y antes de empezar, cuando leas esto recuerda que te entenderé si me dices que acoger la parte positiva que quiero transmitirte no hace desaparecer tu dolor. Lo sé. Lo vivo. Podemos compartirlo. ¿Caminamos juntas un rato?

Soy Laura, tengo 23 años y allá donde voy llevo apegados a mí dos trastornos mentales que, cuando quieren, salen para clamar mi atención y alimentarse de mis debilidades, y cuando están tranquilos y no dan la tabarra, ni me acuerdo de ellos. En este artículo pero, quiero hablaros de mi bestia negra: el Trastorno Límite de la Personalidad. Éste pocas veces está tranquilo y no conozco todavía pacto ni mindfulness que consiga hacernos llegar a un acuerdo.

Y hablando de esto, puedo decir que ya ha aparecido una nueva amiga que seguro que a muchas de las personas que padecéis TLP os cae mal, muy mal: la frustración. La frustración cuando las cosas salen mal o simplemente no salen como quisieras. En definitiva, yo tampoco me llevo nada bien con ella. No consigo tolerarla, no la trago. Cómo voy a tragarla, si cuando aparece es para poner sus garras sobre mi cuello y asfixiarme. Puedo sentir un nudo en la garganta del tamaño de una pelota de tenis y una sensación de tormenta mental increíble. Cuando estoy frustrada se avecina un huracán.

De golpe todo lo que me rodea, todo lo que me digan, todo lo tangible e intangible me parece mal y, con este “cabreo” con el mundo lo único que me apetece es terminar con todo o realizar un acto tan “fuera de lo común” que haga que todo explote y se me olvide la tormenta. Actos impulsivos y repentinos. Obviamente si me siento muy mal ahora, no voy a planear un salto en puenting para el fin de semana que viene. Así pues, una “solución” que encuentro rápida y no muy fiable ni muy acertada es esa, realizar actos impulsivos que me “limpien” un poco la “basura abstracta mental” que llevo encima. Cuando realizas un acto impulsivo, no hace falta decirlo, no lo realizas con demasiado detenimiento y no demasiadas veces es un medio positivo para llegar a tu fin (hacer “una cosa” quite la “otra cosa” de tus adentros). Así pues, se producen actos impulsivos como el consumo de alcohol, las autolesiones, el sexo no seguro…

También he llegado a estampar objetos en el suelo o en la pared (vasos de cristal, una lámpara de escritorio, un teléfono móvil) mientras gritaba a mi propia familia cosas que quizás ni siquiera era las que pensaba. Lo que sé que cuesta de entender, es que esos gritos verdaderamente son gritos de auxilio, y pocas personas contemplan lo mal que puedes llegarte a sentir después de pasar por un episodio así. Lo culpable, miserable y no merecedora de vivir que puedo llegar a sentirme tras hacer daño a las personas que quiero.

Por este motivo hago un llamamiento a que todas las personas hagan un esfuerzo por entender mejor el trastorno y romper con las clásicas afirmaciones falsas que dicen que las personas con TLP somos malas personas, egoístas, manipuladoras, consentidas e insensibles. Os aseguro que el trastorno por sí solo ya pesa, como para además percibir que los demás te estigmatizan de tal manera. Por suerte, tengo la fortuna de tener una familia, una pareja y unos amigos que han hecho este trabajo y se han esforzado por entenderme pese a mis “enfados contra el mundo”; y gracias a su comprensión mi nivel de frustración ha disminuido, ayudando también a mejorar en mi propio trastorno. Y sé que, como en cualquier trastorno, no hallaré gracias a esto la cura, pero sí que me encuentro actualmente a mí misma encaminándome hacia la recuperación, que existe. Es un hecho.

Laura Garibaldi

Nota: ¿Te gusta cómo escribe Laura Garibaldi? Nuestra compañera lleva su propio excelente Blog sobre TLP, explicado en 1ª persona: borderstory.blogspot.com.es

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