
Hace ya algunos años, junto a un grupo de compañeras y compañeros, decidimos iniciar este camino que es ActivaMent. El motivo fue que no acabábamos de encontrar respuesta a nuestras necesidades en los servicios y entidades de la red de salud mental. Quizás porque suele ser usual que, cuando recibes un diagnóstico, pases a ser considerado como alguien incapaz de gestionar tu propia vida, incluso de cuidar de ti mismo. Esta manera de mirarte puede ser muy nociva, porque no hay nada más incapacitante y contrario a la recuperación que asumir el “rol de enfermo”.
Precisamente por ello, una de las acciones básicas que considerábamos necesarias era la de hacer Salud Mental en 1ª Persona. Es decir, por y para nosotras, las propias personas afectadas de un trastorno mental. Nuestro modelo, en este sentido, era el de Alcohólicos Anónimos: personas que comparten una problemática y que entre ellas, por la experiencia y aprendizajes acumulados, pueden ayudarse. En nuestro caso, nos definimos como un colectivo activo de personas con la experiencia del trastorno mental.
Y aquí, en esta manera de entender la salud y la recuperación, es donde entran los Grupos de Ayuda Mutua, una manera horizontal, de dar y recibir apoyo. Este es uno de nuestros proyectos iniciales y aun actualmente es la actividad que vincula más personas a la entidad.
Pero, ¿qué es un Grupo de Ayuda Mutua (GAM)? Es un pequeño grupo de personas que realizan un encuentro, regular y sistemático, para compartir sus vivencias y explicar su problemática, sin ser juzgadas por las demás. Una característica distintiva es que todas estas persones tienen el objetivo común de superar una dificultad compartida. En nuestro caso, un problema de salud mental.
Hay que remarcar que en un GAM no hay profesionales “exteriores”, que no pertenezcan al colectivo de personas en cuestión. En estos encuentros todos y todas hablan en 1ª persona, de sus propias dificultades. En este sentido, aunque pueda (y debería) tener efectos beneficiosos para la salud mental, un GAM no es un grupo terapéutico. Tampoco es un encuentro entre amigos, ya que las conversaciones son temáticas, centradas en la dificultad que se quiere superar, y porque no es necesario que las personas compartan fuera de las reuniones un vínculo afectivo. Para que funcione un GAM, tan sólo hace falta respeto por los demás, el compromiso de asistencia, confidencialidad y ser inclusivos, permitiendo que todos y todas puedan expresarse.
Participar en estas reuniones te permite hablar abiertamente de lo que te sucede sin temor al rechazo. Saber que los demás miembros del GAM han vivido situaciones similares facilita la confianza recíproca. Nadie va a asustarse de lo que expliques, entre otras cosas, porque es muy probable que hayan pasado por experiencias parecidas. Así, cuando le dices a una persona, que no ha vivido un trastorno mental, que tienes ideas de suicidio, lo usual es que reaccione con miedo o rechazo. No quiero imaginar qué les pasará a mis compañeros/as cuando explican que oyen voces… Estas reacciones, por el contrario, no se dan en un GAM.
Algo similar ocurre con el paternalismo. Porque para los problemas de salud mental todo el mundo (que no sabe de qué habla) tiene una solución milagrosa o conoce, mejor que tú mismo, qué es lo que deberías hacer. En un GAM nadie busca arreglar la vida de los demás diciéndole qué hacer porque sabe que si las recetas milagrosas existiesen, no estaría allí.
No quisiera acabar esta breve reflexión sin remarcar que los grupos de ayuda mutua no sólo son útiles para quien se encuentra, en ese momento, pasando un problema de salud mental. Porque es usual que la gente te pregunte: “¿Para qué sigues yendo, si ya estás recuperado?”. Y la respuesta es muy simple: porque me hace bien. Por muchos motivos.
En primer lugar, porque compartir mi experiencia con otras personas me ayuda a otorgarle un sentido a lo vivido, a que no haya sido todo un sufrimiento vacío. Compartirlo me permite sentirlo como un aprendizaje. Además, que esté recuperado no significa que esté asintomático. Sigo teniendo un trastorno del sueño, adicción al trabajo y ocasionales ataques de ansiedad. Y tampoco estoy exento de una posible recaída. Precisamente por ello, me ayuda tener esta especie de espejo, esa mirada de otras personas que entienden lo que me sucede, que no me juzgan, pero que conocen por su experiencia lo que significa aprender a convivir con tus síntomas. Y, por último, porque también me hace bien sentir que puedo ayudar a los demás.
Hernán Sampietro