Il·lustració © Sergi Balfegó

Ilustración © Sergi Balfegó

La gente no piensa que puede llegar a tener alucinaciones. Y, si piensa que algún día le tocará tener alguna, cree que ésta será provocada, por ejemplo, por drogas “duras”, tipo LSD. O dicho en otro idioma: que será por los tripis. La gente no piensa que a ellos les pueden provocar alucinaciones drogas “blandas” como el alcohol y la marihuana o, incluso, que las alucinaciones pueden aparecer naturalmente o, diciéndolo de otra manera, sutilmente.

La gente piensa que, en el improbable caso de que tenga una alucinación, verá, por ejemplo, a un dragón escupir fuego por la boca en la habitación de su casa mientras está en la cama después de una noche en la que abundaron las drogas. Y, por supuesto, piensa que se dará cuenta de que es una alucinación y que se le pasará cuando acabe el efecto de las drogas y que, mientras, hay que disfrutar.

Y en el raro caso de que una persona piense que le puede aparecer naturalmente una alucinación, cree que ésta se presentará en forma de gnomos jugando al corro de la patata alrededor de su cama, y que también se dará cuenta de que es una alucinación y será capaz de controlarlo.

La gente no piensa pues, en cómo una enfermedad mental, al principio, se instala en una pequeña parte de los pensamientos, pongamos un 1%, y cómo si de un emperador se tratara, pretende conquistar el 100% de los pensamientos. Y, como empieza con una proporción muy pequeña, al principio tiene que utilizar las armas de las que dispone con ese 1% de terreno. De ahí que la gente no vea desde un primer momento, cuando comienza la enfermedad, a un dragón escupiendo fuego o a un grupo de gnomos jugando al corro de la patata. De ahí la sutileza de las alucinaciones.

Cuando empieza, la enfermedad ya se ha instalado en tu cabeza, pero tú no lo sabes. Sabes que te pasa algo, pero no que ese algo puede ser nocivo, porque te encuentras bien, muy bien. Un poco esquizofrénicamente bien. Pero eres joven y piensas que es una sensación más, algo que tu cuerpo aún no había experimentado porque todavía no has llegado a ser un hombre completo o bien una completa mujer.

Estás como cansado, como aturdido, porque tu cabeza empieza a ir más deprisa de lo normal y eso agota. La cabeza, al estar cansada, empieza a no prestar una total atención a películas, reportajes o debates que dan por la tele, a programas que escuchas por la radio, a las voces digitalizadas de la consola o a las conversaciones de tu familia, tus amigos; en definitiva, a la gente que te rodea.

Empiezas a prestar atención sólo a frases sueltas, a trozos de las conversaciones, sólo a lo que le interesa a la enfermedad. Ves a un borracho por la calle, por ejemplo, dice incoherencias, pero tú te empiezas a dar por aludido, como si dijera las cosas por ti. Te piensas que lo que oyes es verdad. Y es verdad en ese momento, sólo que lo dicen en otro contexto y tú te piensas que lo dicen en tu contexto.

Cuando has estado dos, tres semanas, un mes así (no os preocupéis, la enfermedad se tomará el tiempo que crea necesario), y cuando todavía no te has dado cuenta y piensas que es real todo lo que escuchas, se instalan en ti las alucinaciones auditivas.

Las escuchas por la tele, por la radio, por la consola, por la gente que te rodea. Y tú, al no haber visto ningún dragón todavía y nadie te ha dicho que existen las alucinaciones auditivas, piensas que todo sigue siendo real. En mi caso, como me creía, o mejor dicho, pensaba que podía ser el enviado del apocalipsis, la tele, la radio, la consola hablaban de personajes divinos, de pasajes de la biblia, etc. Pero da igual lo que tú te creas o pienses. Las alucinaciones, la enfermedad, creará el mundo que crea necesario para conquistar tu cabeza.

Hago la matización entre “creerse” y “pensar” porque me parece que son dos cosas totalmente diferentes. Al principio, empiezas pensando que puedes ser, como en mi caso, el enviado del apocalipsis. Pero cuando se está desarrollando la batalla en tu cabeza, lo piensas tanto que, si la enfermedad vence la batalla (que no la guerra), puedes llegar a creerlo. En mi caso no me sucedió, en mi cabeza siempre hubo un pequeño reducto de valerosos guerreros que hicieron que no llegara a creérmelo. Pero aun así lo pensaba, quién sabe, si decenas o cientos de veces al cabo del día.

Cuando has estado, otra vez el tiempo que la enfermedad crea necesario, escuchando alucinaciones auditivas, se instalan en ti las alucinaciones visuales. ¡Por fin vamos a ver dragones! Lo siento, pero no. Lo siento, si eres de los incautos que piensan que mola que se instale en tu cabeza la demencia. Lo siento, si eres de los que dicen: “Cuidao conmigo, que yo estoy mu loco”. No sabéis lo que es el sufrimiento infinito.

Empiezan siendo como pensamientos, ideas, imágenes que provocan las alucinaciones auditivas. Por ejemplo, ruidos en el piso de arriba que te hacen pensar que se están celebrando rituales allí. Y acabas viendo cosas que se mueven en mundos paralelos al nuestro.

Y cuando ya no puedes más e, incluso, te sientes al borde de la muerte por paro cerebral, un día, quizás el mejor día de tu vida, aparece la conciencia de que lo estás pasando mal. Y, no sabes cómo, apareces delante de un psiquiatra con cara de sargento y te dice: “Usted no está bien”, y te manda tu primera dosis de Olanzapina. Te la tomas, los efectos te hacen pensar: “Qué bien. Menos mal que está todo inventado”.

Y así, después de muchas batallas perdidas, aquellos valerosos guerreros que quedaban en tu cabeza ganan la primera batalla. Y empieza la reconquista de tu cabeza. Siempre quedarán pequeños vestigios de la enfermedad, aunque sólo sea en forma de recuerdos, pero ganaste la guerra.

Alfonso Gálvez

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