
Se me hace difícil hacer esta afirmación. Entiendo que fácilmente se puede atribuir a que tengo un problema grave de comprensión, pero aún así no puedo dejar de considerar que no existe la locura, ni las personas trastornadas. No existen como una enfermedad, como lo es el cáncer o la diabetes. Las supuestas enfermedades mentales son mucho más complejas de determinar; básicamente, porque no pueden tener un diagnostico objetivo, medible de forma científica por medio de pruebas neuronales u otras. Antes la homosexualidad era una enfermedad mental, ahora como está aceptada socialmente, no. Para mi, no son creíbles.
Son muchas las persona diagnosticadas: 1 de cada 4 lo estará a lo largo de su vida. Y esta cifra, según las estadísticas, va en aumento. Considero que no son ni serán nunca, toda esta gente, personas con problemas mentales, que no son enfermos mentales, ni trastornados. Simplemente, son y serán personas con problemas vitales, afectadas por la psiquiatría. El efecto que la psiquiatría pueda tener sobre estas personas no niego que puede ser considerado positivo. Muchas veces pienso que el tratamiento psiquiátrico va bien porque está establecido que tiene que ir bien, por ejemplo el afecto placebo de las pastillas, o la reconducción del pensamiento y el comportamiento hacia la normalidad, también se asimila de modo positivo, porque uno integra que no es él el que ha hecho o pensado o dicho eso sino la enfermedad y que se tiene que curar.
Yo me creí que tenia una enfermedad mental. Todo el mundo a mi alrededor se lo creyó. Recibí una etiqueta y creí que así podría llegar a comprenderme. Ahora me hace bastante gracia: resulta bastante estúpido creer que mi persona puede quedar definida por un conjunto de síntomas, que en general he visto que la mayoría de gente de mi alrededor tiene o los ha tenido: algunas alucinaciones, vivencias de autoreferencialidad, obsesiones, dolores psicosomáticos, cambios de estado de ánimo. Es mucha la gente que alguna vez en su vida ha visto u oído algo que no estaba presente; es mucha la gente que ha creído que algo iba dirigido a el/ella cuando en realidad no era así; todo el mundo se ha obsesionado con algo alguna vez, ha tenido un dolor por motivos psicológicos, ha experimentado tristeza aguda o alegría injustificada. Todos los síntomas que están detallados en el DSM-V, son síntomas de la vida; seguramente aquellos que más nos incomodan, porque no acabamos de aceptar que sean parte de la vida, de nosotros, que ignoramos y patologizamos, como resultado de nuestra ignorancia de la naturaleza humana.
El peligro que corremos como sociedad, si seguimos por este camino, es caer en una distopía como la de “Un mundo feliz”, de Aldous Huxley, ya que parece que intentamos ignorar el dolor real de la vida por medio del consumismo, el sexo y las drogas; dejando que el Estado nos controle estamos perdiendo libertad de acción. Parece que el hedonismo sea la felicidad. Parece que todo el progreso tecnológico y científico sólo está al servicio de la diversión, no lo hemos sabido utilizar para evolucionar humanamente, para crear una sociedad más participativa y consciente.
Es significativo el lenguaje que se utiliza en el ámbito psiquiátrico cuando recibes un diagnostico: la preocupación más bien intencionada de tu médico es si podrás llevar una vida o no “normal”, todos los centros de recuperación (hospitales de día, centros de día) están encaminados a que puedas llevar la tan deseada vida “normal”. Nadie se preocupa con la misma intensidad de que puedas ser o no feliz; eso es secundario, se supone que va ligado a la vida “normal”; fuera de ésta, la felicidad queda anulada. La palabra “normal”, viene de norma, y la norma la crea la sociedad para que sea ordenada. Lo que sucede es que si la sociedad fuese como cree ser: democrática, justa, igualitaria, inclusiva, respetuosa, etc., no sucedería lo que sucede, que los que tienen el poder (las grandes empresas financieras, la ciencia, el Estado) dominan al resto, de forma que la “normalidad” no la establece la mayoría de la gente, sino que viene impuesta y, sino se cumple, el sistema ya se encarga de hacerlo silenciar, a través de la contención de los hospitales psiquiátricos (donde aún se utilizan métodos violentos de contención, como ligarte a la cama) o las prisiones.
Yo reniego de ser “normal”, y estoy orgullosa de mi diferencia, de haber sido catalogada como “anormal”, porque sería mucho peor estar dentro de la normativa imperante. Sería una alienada dentro de un sistema en el que yo no participo activamente ni en el que puedo crecer como persona, que tiene demasiadas, demasiadas cosas que para mí no son normales. Y yo cuando digo normales simplemente quiero decir humanas.
Sinceramente, pienso, que lo único que se puede hacer para que haya libertad real es ganarla a nivel legal. Si algo protege a la mayoría de las personas, es este Estado democrático que cada vez pierde más poder por culpa del neoliberalismo; pero es la única salida que yo veo para que de una vez por todas sea la mayoría la que gobierne la sociedad. Cuando digo ganarla a nivel legal quiero decir conseguir que se respeten las libertades mentales y que no se patologice la diferencia ni –hace ya gracia y todo de tan estúpido que es-, la naturaleza humana. El problema no lo tenemos nosotros, no tenemos problemas mentales, simplemente no gobernamos la sociedad.
María Hernández