
Si una persona cree que la están vigilando, que la persiguen por la calle, que tienen su teléfono pinchado, es muy fácil que un observador externo, teniendo en cuenta su contexto social y personal (si se tratara de un espía sería totalmente normal), considere, desde su punto de vista, que esta persona tiene un delirio de persecución o vigilancia. No obstante, considero que hay casos en los que no resulta tan fácil trazar una línea que catalogue ciertos pensamientos y vivencias como patológicas; es decir, como paranoias.
En mi caso, a mí me han diagnosticado esquizofrenia paranoide crónica, pero considero que mis “síntomas” mantienen cierta dificultad de clasificación. El nombre adjudicado por esta “ciencia” llamada psiquiatría a lo que me pasa es Autorreferencialidad y Suspicacia. Esto quiere decir que pienso que todo lo que pasa a mi alrededor va dirigido a mí y que todo el mundo tiene malas intenciones hacia mí; pero yo me conozco mejor que nadie y sé que esto no es cierto ni en un 75% de los casos.
Si nos ponemos a generalizar, creo que la gente es gente, ni buena ni mala. Después sí es cierto que, en ocasiones, tengo esa sensación de que un cantante del Metro, al pasar por delante, está cantando especialmente para mí; ¿pero eso qué puede tener de perjudicial para mí y para nadie? Otras veces, la gente que se ríe, y no sé de qué se ríen, creo que se están riendo de mí en la cara… ¿Pero eso a quién no le ha pasado nunca? Además, a veces también tengo la impresión de que la gente no se fija en absoluto en mí, que tengo la calidad de pasar desapercibida fácilmente. Así que yo más bien vería aquí una contradicción, más que un delirio consistente.
Bueno, puede parecer que trato de defenderme del diagnóstico que he recibido. En verdad esto ya no pasaría si la esquizofrenia paranoide tuviera una mejor consideración y aceptación en la sociedad. Pero en realidad mi propósito es ponerlo en cuestión; cuestionar sinceramente si lo que me pasa necesita que sea tratado con medicación o no. Medicación antipsicótica que, por otra parte, he tomado en más elevadas dosis y no me ha erradicado estos “síntomas delirantes”.
Lo que yo, en todo esto, no veo muy normal es que a veces encuentre peor el remedio que la enfermedad; haber recibido un diagnóstico como el de esquizofrenia paranoide hace que las inseguridades, que de por sí ya acostumbramos a tener las personas, se acentúen, ya que de alguna manera piensas que tienes alguna similitud con el mito del loco despojado de todo sentido, totalmente incomprensible y absolutamente peligroso. Entonces, todo lo que piensas y sientes debes analizarlo para llegar a la conclusión de que es real y tiene sentido. Y no sólo te hace perder confianza en ti mismo, sino que además todas las personas que te rodean tampoco confían en ti. Yo hace tres años que recibí este diagnóstico, y entre las cosas que me ha costado bastante conseguir es que mis padres me dejaran sola en casa, ¡y tenía 23 años!, cuando a los 16 ya me quedaba fines de semana sin ellos.
Por otro lado, hace poco fui a una conferencia de la Fundación Nueva Psiquiatría, donde consideran que se está sobrediagnósticando y sobremedicando. Según el psiquiatra que impartía la conferencia, Javier Álvarez, actualmente el 50% de los americanos de Estados Unidos son considerados enfermos mentales y consecuentemente se están medicando. La Nueva Psiquiatría para mí no es nada más que el intento de poner sentido común a una “ciencia” que parece que la ha perdido.
En conclusión, creo que las personas tenemos una clara tendencia a la exageración. Yo exagero cuando digo que lo que me ha pasado y me pasa es completamente “normal”, pero los psiquiatras también exageran cuando pasan a considerar cualquier pequeña rareza como síntoma patológico. El dilema que tengo ahora no es si soy normal o anormal, porque ya me da igual, mi dilema actual es si tomarme la mediación o no, si volveré a tener un brote o no. Y eso con el tiempo se aclarará.
Maria Hernández