
Cuando empezaba mi brote psicótico, al funcionarme la cabeza más rápido de lo normal, no hacía más que fijarme en los pequeños detalles, y los pequeños detalles empezaban a construir causalidades. Dos sucesos que aparecían cercanos en el tiempo, por simple azar, comenzaba a interpretarlos como relacionados entre sí.
Cuando empecé a pensar que podía ser el enviado del apocalipsis, frases sueltas de las noticias del telediario, pequeños fragmentos de conversaciones de los debates, empezaban siendo detalles que se convertían en algo más que casualidades, en causalidades.
“Hoy ha muerto una persona súbitamente mientras jugaba a balonmano.”- decía una noticia del telediario.
Empezaba a escuchar la noticia con extrañeza y me preguntaba: ¿Por qué me he fijado en esta noticia, si no me había fijado nunca en las noticias de este tipo? Pero la enfermedad transformaba esta extrañeza en causalidad: “A ver si voy a ser el enviado del apocalipsis en realidad y la gente va a empezar a morir súbitamente porque se está cumpliendo el apocalipsis”-, era la transformación que hacía la enfermedad de un pequeño detalle en causalidad.
Creo que a estas transformaciones se las define como ideaciones delirantes, autorreferenciales. No son como las alucinaciones auditivas o las visuales, son mucho más elegantes. Empezaba a interpretar de manera equivocada la realidad. Interpretaba cosas que no estaban ocurriendo, pero todavía no había tenía alucinaciones, ni auditivas ni visuales.
Así, iban sucediendo casualidades, que yo me tomaba como causalidades, y me iba fijando en todas. Al principio ocurrían con una cierta frecuencia pero, al cabo de tres semanas, la frecuencia se había multiplicado por ocho, por lo menos.
Yo no lo sabía porque hasta la fecha no había atravesado ninguna enfermedad mental de tal magnitud, pero iba a tener que ser fuerte, muy fuerte, porque a partir de entonces iban a ocurrir cosas que harían, cada vez más, que pensara que podía ser el enviado del apocalipsis.
Y lo que me esperaba todavía menos, era que esas casualidades, que yo interpretaba como causalidades, se las iba a empezar a inventar mi cabeza. Iba a empezar a tener alucinaciones.
Me empecé a dar cuenta cuando esas causalidades se trasladaron a la consola de videojuegos. Bueno al decir verdad, no me di cuenta de esto, tristemente, hasta después de empezar a tomarme la Olanzapina. No me daba cuenta de que estaba empezando a tener alucinaciones.
Hasta entonces, todo podía ser, todo podía suceder, me fiaba de mi cabeza porque, hasta la fecha, no me había ocurrido nada igual. Entonces empezaron a suceder causalidades hasta en la consola de videojuegos.
“Nuestros conductores están preparados para asaltar el mundo. ¿Lo estás tú?”- decía la voz digitalizada de un juego de coches.
“Van a bajar los ángeles y necesitamos que estés preparado.”- era lo que interpretaba mi cabeza de aquella voz digitalizada.
Estaba traspasando la delgada línea que separa las casualidades de las alucinaciones. La interpretación que yo hacía, empezó a ser lo que percibía mi cabeza, olvidándose por completo de la interpretación real. Empezaba a provocar las causalidades. Empezaban, las alucinaciones auditivas.
Por eso, en mi caso, se instalaron en mí, primero, las alucinaciones auditivas porque empecé a interpretar equivocadamente lo que decía la tele, la radio y la consola de videojuegos.
Que las causalidades se dieran en la tele, en la radio, vale, era posible porque eran medios controlados por el ser humano; pero que las causalidades ocurrieran en la consola de videojuegos, en un medio donde todo está programado, no podía ser, tenían que empezar a ser alucinaciones.
Quizá porque es más fácil interpretar equivocadamente sólo voces, que no todo un campo visual, se instalaron en mi primero las alucinaciones auditivas. De una manera parecida, luego pasaría de tener alucinaciones auditivas a tenerlas visuales también.
Las alucinaciones auditivas empezaban a transformar el campo visual a partir de que controlaban el sonido en ese campo visual.
Desde luego, que la estrategia que utilizó la enfermedad para intentar conquistarme fue increíblemente formidable. Como formidable es nuestro cerebro, nuestra cabeza. Por eso la estrategia de la enfermedad es así, porque utiliza nuestro cerebro.
Así al haber atravesado esta enfermedad mental, me he dado cuenta de lo excelente que puede llegar a ser mi cabeza. Lástima que esa excelencia solo la exprimiera una enfermedad mental y no la pueda utilizar en el día a día.
Sólo espero, algún día, estar recuperado al cien por cien. Será entonces cuando mi cabeza habrá hecho una estrategia increíblemente formidable para vencer la enfermedad. Será entonces cuando, en el coliseo de las neuronas, éstas se pondrán de pié a aplaudir. Entonces podré decirme: formidable.
Alfonso Gálvez